Natividad de la Santísima Virgen María
Fiesta
Rm 8, 28-30
Sal 12
Mt 1, 18-23
Sin duda alguna en la pequeñez, en lo más humilde, adquiere protagonismo los planes del Señor: Dios quiso que su Hijo naciera en Belén, no en Jerusalén; María ensalza la grandeza del Padre, cuando ella es elegida la Madre de Jesús: “Él ha mirado la humildad de su esclava”.
Es a través de lo pequeño que Dios va realizando su plan de Salvación. Ya Jesús nos lo había señalado por medio de sus enseñanzas: “un grano de mostaza, un poco de levadura, la semilla sembrada en el campo”. Toda la fuerza de Dios se muestra en la debilidad. Dirá San Pablo: “"Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte" (II Co 12, 10).
Es en María, la más humilde y pequeña, donde Dios va a llevar a término su gran promesa de liberación. Es ella el medio por el cual nos llegará el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. El Señor se ha fijado en la humildad de María para que fuera el medio por el cual se realizará su plan de salvación.
El Señor nunca va a hacer caer al ser humano, sino todo lo contrario, Él desea contar con él para llevar a cabo su obra redentora. Así lo hizo con María: por medio del Arcángel Gabriel; así lo hizo con José por medio de sueños: “No dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concedido por obra del Espíritu Santo”.
Así como María, así como José, nos encontramos no sólo con personas que son buenas, sino que se han convertido en verdaderos creyentes del Señor: son personas que saben escuchar, que atienden a lo que se les pide, que asumen la misión de acompañar y cuidar al Hijo de Dios. Así como ellos, también nosotros debemos de estar abiertos a responder a este llamado que Dios nos hace, a esta invitación por parte de Jesús.
Celebrar la natividad de la Virgen María nos debe de situar ante la figura de la Madre, la cual nos enseña a estar disponibles a los planes del Señor, a acoger su palabra, guardándola y meditándola en nuestro corazón, a aceptar lo que Dios tiene reservado para cada uno de nosotros. Como María, confiemos en que el Señor está siempre con nosotros y que Él nunca nos dejará solos en nuestra misión.
Ya lo decía San Pablo “Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, de aquellos que han sido llamado por Él según su designio salvador. A quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo… a quien predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica”.
Pidámosle al Señor que nos enseñe a ser como María, a tener un corazón dócil y abierto, a llenarnos de la gracia de Dios, pero, sobre todo, que podamos decir “sí” a lo que Dios nos está llamando. María, ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzas las divinas gracias y promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

Comentarios
Publicar un comentario