Miércoles de la XXIII semana Tiempo Ordinario
I Co 7, 25-31
Sal 44
Lc 6, 6-20-26
Muchas veces no nos preocupamos por el fin de nuestra existencia. Cada noche al acostarnos, no reflexionamos sobre si este fuera a ser el último día de mi vida, siendo así muy pocos los que se preocupan de esto. San Pablo nos recuerda que este mundo se va a terminar, por ende, es necesario lanzar una mirada a nuestra existencia.
Si supiéramos cuando sería el final de nuestra vida, todos nos prepararíamos para un buen morir. Por desgracia, no lo conocemos. Por eso San Pablo nos va a insistir que vivamos plenamente conforme al estado de vida al que Dios nos ha llamado: “¿Estás casado? No te separes de tu esposa. ¿Eres soltero? No te cases; pero si te casas, no haces mal, y si una joven se casa, tampoco hace mal”.
Debemos de ser conscientes de que nuestra vida biológica llegará algún día a su fin. Aquí la pregunta sería: ¿cómo nos preparamos para ello? Podemos confiarnos de estar llenos de fuerza y vitalidad. No olvidemos que el tiempo apremia: cuando menos lo esperes, llegará el día. seguimos viviendo en un mundo de fragilidad y vulnerabilidad.
¿Cuál podría ser, por decirlo de alguna manera, la mejor manera de vivir? El mismo Pablo nos lo propone: “Hermanos, les quiero decir una cosa: la vida es corta. Por lo tanto, conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no compraran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque este mundo que vemos es pasajero”. En pocas palabras: vivir como si la vida no fuera nuestra, ya que le pertenece a Dios.
Qué mejor manera de vivir la vida para Dios que con un corazón humilde y sencillo. Hoy, por ejemplo, podemos vivir con la enseñanza de Jesús en el Evangelio: las Bienaventuranzas.
Jesús llama “felices, dichosos, bienaventurados” a cuatro clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los perseguidos por causa de su fe. Muchas veces nos sorprende esta lista: ¿cómo se le puede llamar dichosos al que le sucede esto? Recordemos que la lógica de Jesús no va conforme los criterios de este mundo.
El mundo reconoce y felicita a los ricos, a los que tienen éxito, a los que gozan de buena salud, etc. Aquí es donde se dará el conflicto, ya que recordamos que no es fácil ser cristianos en nuestro tiempo, ya que vamos contra corriente de lo que ofrece la sociedad. Nuestra fe consiste en creer en Jesús, fiarnos de sus enseñanzas, aun cuando parezcan imposibles de vivir. La felicidad que promete Jesús va más allá de cualquier dicha que pueda ofrecernos este mundo.
Sólo Dios nos puede dar la verdadera sabiduría; sólo Él nos puede llevar por el autentico camino de la felicidad y libertad. Lo podemos constatar a lo largo de la Historia de Salvación que aparece en la Sagrada Escritura: “Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos: es como un árbol plantado junto a corrientes de agua…” (Sal 1); “Maldito aquél que se fía de los hombres y aparta de Dios su corazón... Bendito aquél que se fía del Señor y a la orilla de la corriente echa sus raíces” (Jr 17, 5ss)…
Jesús llama felices a los que se vacían de sí mismos y están abiertos a Dios; Él se lamenta de los que se sienten autosuficientes y satisfechos, ya que están engañando a su corazón: todos los éxitos, riquezas, placeres que consigan, terminan trayéndoles una felicidad efímera, la cuál terminará de la noche a la mañana.
Las bienaventuranzas nos trazan el camino a seguir para conocer una felicidad digna del ser humano, la cual comienza aquí, pero alcanzará su plenitud final en el encuentro de Dios. Que el Señor nos conceda la gracia de dejarnos tocar por su palabra, para que así “busquemos el Reino de Dios y su justicia, ya que todo lo demás vendrá por añadidura” (cf. Mt 6, 33).
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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