Lunes de la XXIV semana Tiempo Ordinario
I Co 11, 17-26
Sal 39
Lc 7, 1-10
Al celebrar el Santo Sacrificio nos unimos a Cristo: “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Pero no solamente nos debe de unir a Jesús, sino que también debe hacerlo con la comunidad. Es aquí dónde fallaba la comunidad de Corinto.
Pero esto, ¿únicamente se da en esa comunidad? ¿No nos estará pasando lo mismo como Iglesia Universal, como Iglesia particular, como parroquia? No estaría mal que recibir una carta tan llena de amor y sabiduría como los Corintos, en dónde se nos muestre lo que estamos haciendo mal.
Ahora bien, creo no sería necesario esta carta, ya que cada uno de nosotros es consciente de lo que tiene que cambiar. El camino que Jesucristo nos ha mostrado no tiene pierde. Somos nosotros los que forjamos otros caminos. No podemos engañarnos: Jesús nos llama a la Comunión, a una común unión que se vea reflejada en la fraternidad, en el apoyo mutuo, no en la división.
Cada vez que celebramos la Eucaristía, nos debe de llevar a forjar y crecer en la fraternidad. El catecismo de la Iglesia católica nos dice al respecto: “para recibir en verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, en nuestros hermanos” (CEC 1397).
No olvidemos que “la unión hace la fuerza”. Entre más unidad exista en la Iglesia, serán más los frutos que podamos obtener de Dios. Recordemos que Jesús nos invita a estar unidos, no a dispersarnos: “El que no está conmigo, está en mi contra; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12, 30).
En este sentido podemos situar a aquellos ancianos judíos que solicitan a Jesús la curación de su criado: “Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga”. Ellos son conscientes de todo lo que aquel hombre ha hecho por ello. Por esa razón, Jesús les concede lo que le piden. Esa actitud quiere el Maestro de nosotros: quiere unidad, que nos ayudemos unos a otros, que permanezcamos en Comunión.
Sería grato que también nosotros tuviéramos la actitud de aquel oficial romano ante la comunidad judía. Por todo lo que se dice de él, podemos percatarnos que era buena persona, simpatizaba a los judíos, ayudaba en su fe (al construir la sinagoga). Era una persona que ayudaba al prójimo. También nosotros podemos adaptar esta actitud y ayudar a quien nos lo solicita.
Es tiempo de comenzar a ser humildes, de adaptar una fe como la de aquel oficial romano. Jesús le concedió la salud a su criado por la fe, la cual se ve reflejada en su obrar. Que también nosotros podamos exclamar llenos de fe: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará” para hacer de nuestra parroquia verdadera comunidad de vida
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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