Domingo XXIII Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Ez 33, 7-9
Sal 94
Rom 13, 8-10
Mt 18, 15-20
Las lecturas bíblicas que hemos escuchado este domingo en la liturgia de la palabra coinciden con el tema de la caridad fraterna que se debe de vivir en la Iglesia.
El Apóstol San Pablo, en la carta a los Romanos, afirma que toda la Ley de Dios encuentra la plenitud en el amor. Es de este modo que, nuestras relaciones con los demás, el cumplimiento de los diez mandamientos y nuestra forma de vivir se resumen en una frase: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
El texto del Evangelio, que esta dedicado a la vida de la comunidad cristiana, nos dice que el amor fraterno implica un sentido de responsabilidad recíproca. Por lo cual, si un hermano comete una falta contra mí, yo debo de actuar con amor para con él, hablando con él personalmente, mostrándole que su obrar no ha sido el correcto. A esta manera de actuar se le llama: corrección fraterna.
No es una reacción a una ofensa, sino que debe de ser orientada y animada por el amor al hermano. San Agustín nos dice algo al respecto en este sentido: “Quien te ha ofendido, ofendiéndote, ha inferido a sí mismo una grave herida, ¿y tú no te preocupas de la herida de tu hermano? ... Tú debes olvidar la ofensa recibida, no la herida de tu hermano” (Discurso 82, 7).
Ahora, ¿qué sucede si mi hermano no me escucha? Jesús nos muestra la manera de como debemos obrar, la cual se va dando de una manera gradual: primero se habla con él, si no te atiende, vuelves junto con otros dos o tres más, para que se percate de lo que ha hecho; si a pesar de esto él rechaza la observación, es necesario decirlo a la comunidad; si tampoco quiere escuchar a la comunidad, es necesario hacerle notar el distanciamiento que él mismo ha provocado, al haber elegido separarse de la comunión de la Iglesia.
Todo esto nos debe de indicar que existe una corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana: cada uno de nosotros, conociendo y sabiendo de sus propios limites y defectos, esta llamado a acoger la corrección fraterna y ayudar a los demás poniéndose al servicio del otro.
Otro de los frutos del amor en la comunidad será la oración en común. Nos lo dice Jesús en el Evangelio: “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Ciertamente que la oración personal es muy importante, es más, es indispensable en la vida del cristianismo. Pero es cierto que el Señor también está en la comunidad, que, aun siendo muy pequeña, se mantiene unida a ella, ya que en ella refleja la presencia del Dios uno y trino en perfecta comunión.
Hermanos, es necesario ejercitarnos en la corrección fraterna, que requiere de mucha humildad y sencillez de corazón, como lo es también en la oración, para que así suba a Dios desde una comunidad unida a Cristo. Pidámosle al Señor que nos permita ser siempre una comunidad que sus bases y principios estén basados en el amor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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