Jueves de la XXIV semana Tiempo Ordinario
I Co 15, 1-11
Sal 117
Lc 7, 36-50
San Pablo, en estas ultimas semanas, ha tenido que responder a las cuestiones planteadas por los corintios, incluso a resuelto diferentes problemáticas que se suscitaban en esa comunidad. Ahora, para finalizar esta carta, el Apóstol hace alusión al kerigma, es decir a la muerte y resurrección de Jesucristo.
Pablo les recuerda el Evangelio que él mismo ha proclamado, por el cual entraron a la fe y salvación, pero no sólo eso, sino que también quiere que esa Buena Nueva se conserve, se guarde y sea anunciada, ya que corre el peligro de perderse, de ser abandonada o despreciada.
Nos debe de quedar bien claro que la proclamación del Evangelio no sólo es una iniciativa de Pablo, sino que es un mandato de Jesucristo Resucitado, el cual se le ha aparecido primero a Pedro, luego a los Doce, posteriormente a Santiago y finalmente al Apóstol.
Pablo es consciente de su naturaleza pecadora, él sabe que había perseguido encarnizadamente a la Iglesia de Cristo. Esto lo lleva a reconocerse indigno del título que el Señor le ha dado. Pero, a su vez, reconoce la obra de Dios en su vida: él sabe que es lo que es por la gracia de Dios. Si el Señor ha hecho grandes cosas por San Pablo, que era perseguidor de Cristo, ¿qué cosas podrá hacer en nosotros que nos proclamamos auténticos seguidores del Señor?
Dios no se equivoca: Él sabe a quien elige para rescatarlo y poder así convertirlo en verdadero discípulo del Evangelio. No debe de quedar claro al contemplar a aquella mujer pecadora que ha lavado los pies de Jesús, la cual no sólo recibe la bendición del Señor, sino que ha quedado limpia de sus pecados.
Como esa mujer, Jesús quiere encontrarnos. Cristo espera paciente por nosotros. Quiere que realicemos gestos de cercanía y de amor para con Él, como aquella pecadora. También nosotros vayamos al encuentro del Señor ofreciendo nuestro corazón arrepentido, poniéndonos a sus pies, reconociendo con humildad que somos pecadores.
Recordemos que el perdón tiene que ver mucho con el amor: “Sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama”. Solo el amor incondicional de Dios es capaz de entrar en el corazón del hombre y transformarlo completamente.
Jesús no viene a sentenciar a los pecadores. Todo lo contrario, en su corazón, sólo hay lugar para la misericordia, para el perdón, para regresar la dignidad a cada persona. En esos aspectos es donde podemos experimentar el gran amor que Dios nos tiene a cada uno de sus hijos.
Esa mujer pecadora, tenía sed de amor. Ella había buscado el amor en los hombres, en una vida llena de libertinajes, pero lo único que consiguió fue soledad y vacío. Ella buscaba el Amor, pero lo hacía en los lugares equivocados. Debemos de tener cuidado también nosotros, no vaya a ser que nos estemos extraviando del Amor Verdadero.
El amor nos mueve a buscar el perdón de Dios, bueno, más bien, el amor de Dios lo lleva a buscar al pecador y reconciliarlo con Él: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mc 2, 17). Jesús ha venido a sanarnos. No tengamos temor de acercarnos a Él, reconocernos pecadores y arrepentirnos de corazón. Estoy seguro de que Él no te juzgará, simplemente te dirá como a esa mujer: “Vete en paz y no vuelvas a pecar”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario