Lunes de la XXVI semana Tiempo Ordinario
Jb 1, 6-22
Sal 16
Lc 9, 46-50
El pasaje del libro de Job, que hemos reflexionado este día, nos muestra a un hombre justo y honrado. No es una característica adaptada por el autor sagrado, sino por el mismo Dios, ya que es Él quien dice: “¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay hombre como él: es justo y honrado, que tema a Dios y se aparta del mal”.
¿Qué es lo que sucede cuándo el demonio ve a una persona con estas cualidades? Inmediatamente buscará la oportunidad de tentarlo, de ponerle zancadillas para hacerlo caer. El maligno buscará todos los medios posibles para apartarnos de los caminos del Señor.
Job, tentado por el adversario, lo ha perdido todo y, aún sabiendo que Dios está con él, no duda en afirmar: “El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó”. Una actitud que debemos de aprender en nuestra vida. Generalmente, tras haber perdido algo que valoramos mucho, una persona, un trabajo, un objeto, etc., lo primero que hacemos es reclamarle a Dios: “¿por qué me lo quitaste?
Debemos darnos cuenta de que lo que tenemos en nuestra vida, es un regalo de Dios. El que quitó fue el mismo que una vez nos lo dio. Si hemos recibido de Él todo lo que empleamos y tenemos en la vida, ¿por qué dolernos si el mismo Señor nos exige aquello que nos ha prestado?
“Cuando en esta vida sufrimos males nos deseados, debemos de dirigir los esfuerzos de nuestra voluntad a Aquel que nada injusto puede querer. Nuestro consuelo es saber que las cosas desagradables que nos ocurren suceden por orden de Aquel a quien solo agrada lo justo y bueno. Si sabemos que esto agrada al Señor y que no podemos sufrir nada sin su consentimiento, empecemos a considerar justos nuestros sufrimientos y de gran injusticia murmurar de lo que justamente estamos padeciendo” (Los Morales sobre Job lib. II, 18, 31).
Por eso, debemos hacer nuestro el salmo 16, el cual nos invita a “inclinar el oído y escuchar las palabras del Señor… aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche, aunque me pruebes a fuego, no encontrarás malicia en mí. Te invoco porque Tú me respondes. Dios mío, inclina tu oído y escucha mi suplica”.
Para poder aceptar la voluntad del Señor debemos de ser el más pequeño. Poner de modelo a un niño es poner de manifiesto que para ser el más importante, tenemos que estar llenos de humildad, la cual está dentro del corazón y es sostenida por la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida.
Jesús quiere desembotar nuestros pensamientos. ¿Por qué pensar en quién es el más importante? ¿Por qué impedir que otros hagan el trabajo que el mismo Jesús nos ha encomendado? El Señor nos quiere dar una enseñanza desde la humanidad y sencillez.
Es tiempo de que dejemos obrar al Señor en nuestra vida, de comenzar a ver con los ojos del corazón. Hay infinidad de cosas que no entenderemos, más si se ven con la fe, encontraremos la respuesta. Permitamos que el Espíritu de Dios no mueva a aceptar la voluntad del Padre, sabiendo que toco concurre para bien de los que lo aman.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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