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Las exigencias del Amor

 Sábado de la  XXIII semana Tiempo Ordinario


I Co 10, 14-22

Sal 115

Lc 6, 43-49



    Que importante es la coherencia en nuestra vida, no sólo en lo que podemos decir, creer, pensar, sino en nuestra manera de vivir. Jesús constantemente denunciaba a los fariseos y escribas por su hipocresía, ya que habían cambiado el culto religioso en meras normas y preceptos a seguir. Ellos habían olvidado lo importante que es cumplir la Ley en base al amor.


    Jesús nos predica desde el solido fundamento de la verdad, en Aquel que es la Verdad. Pero no sólo lo hace con sus palabras, sino todo su obrar fue una constante enseñanza. Cristo no quiere tener fans, ni grupos de admiradores, mucho menos busca likes o que retwitts: Jesús quiere auténticos seguidores.


    Creer en Cristo no sólo consiste en sentir bonito o sentirnos especiales porque nos ha llamado, sino que va más allá de un sentimentalismo: creer en el Maestro significa seguirlo día a día, involucrarnos en la construcción del Reino de Dios, denunciar las injusticias que se puedan estar dando, tener un corazón misericordioso como el suyo, etc.


    Ser cristiano es construir mi vida sobre la piedra angular que es Cristo, no sobre la arena que ofrece el mundo. Dejarme tocar por el Señor es que su Palabra se haga presente en mi manera de ser, de pensar y de actuar, que por su amor mi vida se haga fuente de alegría para todos los que me rodean.


    “Hemos de darnos cuenta de que seguir los pasos del Maestro, no es solamente hacer una obra buena o de caridad. No se trata sólo de ser voluntarios en sus obras, ni ser oradores que prediquen que es lo bueno o lo malo a los hermanos, aunque nos ayude a entender mejor el mensaje del Evangelio.


    Dios va más allá. Lo de Él tiene que ver con una profunda ternura por la vida, por su Iglesia. Va de la mano de una alegría cuya fuente es mucho más grande que cada uno de nosotros. Es ese peculiar pero grandísimo encuentro entre lo divino y lo humano, lo cual es catalogado como “gracia de Dios”, la cual, cuando nos invade, transforma nuestras perspectivas, nos socorre en nuestras adversidades y nos da motivos para vivir apasionadamente nuestra existencia” (Cfr. José Luis Rodríguez Olaizola “En tierra de nadie”).


    Hermanos, “el que tiene a Dios en su vida no lo puede ocultar, pues automáticamente lo mostrará en su manera de vivir, hablar y pensar; el que no lo tiene, no puede fingir tenerlo, pues no puede mostrarlo” (Padre Esquerda). 


    Pidámosle al Señor que nos conceda un corazón capaz de reflejarlo en toda nuestra vida, que aceptando seguir sus pasos, podamos ser siempre auténticos seguidores y testigos del Resucitado. Que la Palabra del Padre conduzca nuestros pasos por el camino de la Salvación.






Pbro. José Gerardo Moya Soto

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