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Nuevos horizontes del discipulado

 Jueves de la  XXIII semana Tiempo Ordinario


I Co 8, 1-13

Sal 138

Lc 6, 6-27-38



    Un aspecto importante en la conversión de cualquier hombre al cristianismo consiste en renunciar a una vida antigua para dar paso a una vida transformada en la fe. Ahora bien, toda conversión que se da en la Iglesia exige un verdadero cambio, que por medio del obrar se refleje en una nueva manera de vivir.


    A la comunidad de corintio no le sucedió esto: ellos querían seguir arraigados a hacer lo que antiguamente hacían. Pero aquí la pregunta es: ¿hacían mal? Ciertamente que no podemos condenar su actuar, ya que ellos van creciendo y formándose en la fe. 


    Muchas veces le queremos exigir al recién convertido o al que apenas inicia su camino de fe, que viva como si toda su vida hubiese sido cristiano. Debemos de ser conscientes que el camino de la conversión en ocasiones es gradual, es decir, que día a día se va arraigando más su vida a la del Evangelio.


    Por otra parte, hay personas que desde un principio han dejado todo por la fe cristiana. San Pablo nos invita a dar siempre un buen testimonio de nuestra vida, para que los que apenas inician su recorrido en el sendero de la Iglesia, no se escandalicen o incluso busquen justificar su obrar gracias a lo que han visto en nosotros.


    Ciertamente no podemos exigirle lo mismo a una persona que ya tiene una vida cimentada en la fe y al que apenas inicia su proceso de conversión. Es como todo en la vida: al niño de kínder no se le exigirá de la misma manera que al universitario; al doctor que apenas inicia su profesión, no será tan experimentado como el que ya tiene cincuenta años ejerciendo. Cada uno de los cristianos le daremos cuanta a Dios en la medida en que nuestra fe vaya madurando y creciendo.


    Debemos de ser conscientes de que nuestro camino de fe va creciendo cada día, haciéndonos verdaderos discípulos del Señor. Por ello, también debemos saber que este camino implica una nueva manera de ser y de vivir. Es por eso, que Jesús nos invita a realizar acciones concretas: ama a tus enemigos; haz el bien a quien te odia; bendice a los que te maldicen; ora por los que te injurian; al que te pegue, preséntale la otra mejilla; al que te quite la capa, otórgale también la túnica…


    Esta lista nos puede resultar muy impresionante, dándonos a entender que el cristiano es una persona distinta a las demás, ya que sus criterios no van de acuerdo con lo que el mundo ha adaptado, sino que sigue la manera ilógica del pensamiento del Maestro. Pero, a pesar de lo ilógico que nos pueda parecer esto, tenemos la garantía de vivir la verdadera felicidad, ya que el que sigue de cerca a Cristo aprenderá muchas cosas: a dar en vez de recibir; a perdonar; a pesar de ser ofendido, a amar aún cuando recibe ingratitud…


    Las palabras de Jesús son muy claras, no hay inconveniente en entenderlas. Lo que sí nos cuesta trabajo es llevarlas a cabo, poder cumplir con este estilo de vida mostrado por el Maestro.


    Pidámosle al Señor que nos ayude a ser personas diferentes en este mundo: que seamos auténticos seguidores del Maestro; que podamos plasmar en nuestra vida la imagen de su Hijo amado para que podamos vivir con amor todo lo que nos pide. Que mostremos al mundo que en lo ilógico del Evangelio se encuentra la verdadera felicidad.





Pbro. José Gerardo Moya Soto

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