Domingo XXVI Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Ez 18, 25-28
Sal 24
Flp “, 1-11
Mt 21, 28-32
Hermanos, las puertas están siempre abiertas para cuando queramos retornar y dirigirnos sinceramente al Señor, lo único que se necesita es volver a él de todo corazón, ya que el Padre siempre recibe con gozo a sus hijos que se arrepienten de verdad.
¿Cuál es el signo del verdadero arrepentimiento? No volver o intentar no caer en las antiguas faltas cometidas y buscar arrancarlas de nuestro corazón. Se trata de arrancar desde la raíz los pecados que nos apartan del amor de Dios.
Una vez que se ha logrado cambiar esta manera de vivir, Dios vendrá a habitar en ti. Así mismo lo afirma la Sagrada Escritura: “un pecador que se convierte y se arrepiente dará un gozo inmenso e incomparable al Padre y a los ángeles del cielo” (cfr. Lc 15, 10).
A lo largo de la Sagrada Escritura nos encontramos con la iniciativa de Dios por proponer a sus hijos un camino de conversión, un camino para que regresen a Él por medio del perdón: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9, 13); “No quiero la muerte del pecador, sino que quiero que se convierta y tenga vida” (Ez 33, 11); “Aunque sus pecados sean como la grana, como la nieve blanquearán; aunque sean rojos como la escarlata, como lana blanca quedarán” (Is 1, 18). Arrepintámonos del mal que hemos cometido, practiquemos la justicia y rectitud… recapacitemos de los delitos cometidos para salvar nuestra vida (cfr. Ez 18, 28).
Aquí es donde encajaría perfectamente la enseñanza de San Pablo a los filipenses, en donde los invita a adoptar el ejemplo de Jesús: “tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”.
Pablo conocía las comunidades que había fundado. Sabía de sus virtudes y defectos. Por todos es bien sabido que el orgullo, la soberbia y la búsqueda del propio interés, dificulta la relación con los demás, alejándonos de la fraternidad. Es necesario, por lo tanto, dejar de buscar ser el centro de interés, estar abiertos al otro, obrar desde la humildad.
Que excelente consejo ha dado san Pablo, incluso lo podemos hacer nuestro el día de hoy. Debemos de revisar nuestra vida para ver si necesitamos hacer cambios en la misma. No nos vaya a suceder como los hijos del Evangelio que Jesús ha mencionado en su parábola.
El mensaje de la parábola es muy claro: no cuentan las palabras, sino las obras, los hechos de conversión y de fe que vamos manifestando en nuestra existencia. De este modo, la palabra nos debe hacer reflexionar mucho, es mas nos debe de impactar para ser mejores.
Sería bueno preguntarnos, a partir de este Evangelio: ¿Cómo es mi relación personal con Dios en la oración, en la participación de la Eucaristía, en la meditación de la Escritura, en mi ser como hijo de Dios? La renovación de la Iglesia puede llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la conversión y una fe renovada en el Señor.
Pidámosle al Señor que nos de la suficiente humildad para que seamos capaces de trabajar por Él, superándonos y siendo mejores día a día. Que podamos estar siempre disponibles a la voz del Pastor para servir fielmente en su viña y así poder adelantarnos al Reino de los Cielos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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