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Todo con Amor

 Miércoles de la  XXIV semana Tiempo Ordinario


I Co 12, 31- 13, 13

Sal 32

Lc 7, 31-35



    En nuestra vida hay un aspecto muy importante que no debemos de perder de vista: se trata del “amor”. San Pablo ha visto lo fundamental que se vuelve el amor en el hombre, que ha querido profundizar en la comunidad de Corinto. 


    En esa carta, Pablo nos regala un bellísimo himno al amor. También nos habla sobre la ausencia y presencia del mismo: cuando está ausente el amor, todo lo que hemos logrado carece de sentido, convirtiéndonos en meros funcionarios o trabajadores. En cambio, cuando el amor se encuentra presente, puede llegarse a convertirse en una acción que marque y mueva siempre nuestra vida al servicio de Dios y del prójimo.


    La madre Teresa de Calcuta decía a las hermanas de su congregación: “No importa el numero de acciones que realices en tu vida, sino con la intensidad, con el amor con que las realices”. No importa cuanto nos esforcemos en todas nuestras empresas, en todos nuestros proyectos-planes, si el amor está ausente. No se puede llegar a la trascendalidad del ser si no es por medio del amor.


    Es bueno recordar estas palabras del Apóstol: “El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites”.


    Debemos de comprender que todo lo que tenemos es pasajero, se va a terminar. Lo que siempre ha de permanecer es el amor y todo lo que hayamos hecho en nombre de él. El amor trasciende la inmediatez del tiempo y del espacio, de la presencia y de la ausencia, de lo cercano y de lo lejanos. El amor siempre nos alcanzará, y recordemos lo que nos dice San Juan en su primera carta: “Dios es amor” (I Jn 4, 8).


    “El amor dura para siempre”: Dios nunca pasará, Él está con nosotros y nos hace experimentar su amor día tras día. El amor que el Señor nos ofrece es un amor total, perfecto. No debemos de andar mendigando “falsos amoríos”. Todo lo tenemos en Dios: ¿para qué conformarnos con amores tan pequeños? 


    Muchas veces no entendemos el amor de Dios, pasándonos lo mismo que el Evangelio: “Tocamos la flauta y no han bailado, cantamos canciones tristes y no han llorado”. El Señor quiere que experimentemos ese amor en nuestra vida, de manera que, si hoy nos toca llorar, lloremos con amor; que si hoy nos toca reír, lo hagamos llenos de amor; de que si hoy me toca perder, lo acepte con amor. Ya lo decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras, porque todo lo harás con amor”.


    No perdamos ninguna oportunidad de aceptar y comprender el amor de Dios cuando lo tenemos frente a nosotros. Él nos muestra su amor por medio de acontecimientos, personas concretas, como lo pueden ser: Jesús, su hijo muy amado, tus padres, tus hijos, tu pareja.


    Oremos a Dios para que despierte en nuestro interior el deseo de conversión, de que nuestra mirada este atenta a cada uno de los acontecimientos que el Señor hace por nosotros, ya que están llenos de su amor. Que por medio del amor que Cristo, seamos capaces de amar como Él lo hizo, “hasta el extremo” (cfr. Jn 13, 1).





Pbro. José Gerardo Moya Soto

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