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Todo pasa, menos Dios

 Jueves de la  XXV semana Tiempo Ordinario


Qo 1, 2-11

Sal 89

Lc 9, 7-9



    El libro del Qohélet, también conocido como Eclesiastés, es otro libro sapiencial, que busca profundizar en la sabiduría. Según la explicación más probable, es un nombre de función y designa al que habla en la asamblea: en una palabra, el “predicador”.


    Como en otros libros sapienciales, el pensamiento fluctúa, se rectifica y se corrige. No hay un plan definitivo, sino que se trata de variaciones sobre un tema único, la vanidad de las cosas humanas.


    Al contemplar este pasaje inicial del libro del Eclesiastés nos presenta la superficialidad de todas las cosas a nuestro rededor. El sabio se ha esforzado por encontrar las respuestas a los grandes misterios que preocupan al hombre, tales cómo: ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué viene después de la muerte? Etc.


    El autor sagrado, por más que ha reflexionado en encontrar una solución a estas interrogativas, sólo encuentra una: todo tiene cabal sentido en Jesucristo, ya que Él mismo nos ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6).


    Cuando una persona se ha desorientado en su camino, acude a su brújula para ver hacia donde se dirige (hoy podemos decir que se dirige a su GPS para encontrar su ubicación y destino). Lo mismo debe de pasar en la vida del creyente cuando se desorienta. Debemos de acudir a nuestra brújula, que es Dios, para reencontrar nuestro camino.


    No olvidemos que todo en el mundo es una superficialidad, vanidad, no tiene sentido. Las cosas que hoy son, mañana no serán. Lo único que permanece para siempre es Dios. por ello, busquemos siempre al Señor. No nos distraigamos con las cosas terrenas, sino enfoquemos nuestra mirada en el Señor.


    Jesús quiere terminar de convencernos que nada de lo que acontece en la vida del ser humano y en el mundo vale la pena, ya que Él quiere convertirse en nuestra referencia de vida. Lo que le da sentido a mi existencia es la sanación que el Maestro me da, la alegría de su predicación, el perdón de los pecados, la salvación que me otorga.


    Ante esta manera de vislumbrar de Jesús, también nosotros deberíamos tener la actitud de Herodes: “¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas? Y tenía curiosidad de ver a Jesús”. ¿Verdaderamente hay algo que me mueva a acercarme a Jesús? ¿Tienes deseo y ganas de conocerlo? El Señor nos da la respuesta para ello: “Jesús, viéndolo con amor, le dijo: Una cosa te hace falta: anda, deja las cosas del mundo, que son mera vanidad, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme” (Cfr. Mc 10, 21).


    Ojalá que el amor nos mantenga siempre en el deseo de conocer permanentemente más y mejor a Jesús. No tengas miedo de ir a Él, ya que siempre espera pacientemente.






Pbro. José Gerardo Moya Soto

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