Martes de la XXII semana Tiempo Ordinario
I Co 2, 10b-16
Sal 144
Lc 4, 31-37
El Evangelio de hoy recalca un aspecto fundamental en la vida de Jesucristo: la bondad. Esta acción milagrosa que ha hecho, la de expulsar un demonio, no debería de llevarnos a pensar cuál había sido la enfermedad de aquel hombre. Aquí lo más fundamental será ver a un Jesús siempre cercano y misericordioso con aquellos que sufren en sus vidas.
La sanación de ese hombre enfermo-poseído significa liberación: Jesús libera de las ataduras a quien está atado, da la libertad a quien padece una limitación que le impide vivir como él desearía. Es aquí donde entra Jesús, dispuesto a poner las cosas en su lugar. Ha comenzado la batalla de Jesús contra el poder del mal.
Ante tal milagro hecho por Jesús, ¿cómo reacciona la gente? Se llenan de admiración, se asombran de lo que sus ojos están observando, se sorprenden de lo bien que lo hace todo. Y no es para menos: contemplar la liberación de un hombre debe de ser motivo de alegría para todos.
¿Qué nos dice a nosotros la escena del Evangelio? ¿A qué nos invita a reflexionar? Como aquella muchedumbre, también nosotros nos debemos de admirar de Jesús, que enseña y cura. Jesús también quiere llenarnos de esperanzas, aun cuando vivamos envueltos en la incertidumbre o desesperanzas. Dejémonos sorprender por el Señor, que viene a liberar y sanar el corazón del hombre.
Todo cristiano es seguidor de Cristo y nuestra labor debe de ser la de continuar con la misma misión del Maestro. Nos corresponde hablar de Él, de su persona, de todo lo que ha hecho por y en nosotros, de su divinidad, etc. También nosotros podemos ser un medio por el cual Dios cure a los que lo necesiten: alguna palabra de aliento, un gesto de amor para quien sufre, dar de comer a quien tiene hambre, etc.
Creer en Jesucristo es continuar su tarea aquí en la tierra. Él sigue hablando a través de sus seguidores, sana por la acción de los que decidimos ir tras sus huellas. Nada debe de apartarnos de este camino, sino todo lo contrario, debemos de perseverar y mantenernos firmes en esta elección que hemos hecho.
Dios nunca nos deja solos. Él nos acompaña y su gracia está con nosotros para fortalecer nuestra debilidad. Confiemos en Él y comuniquemos con entusiasmo en lo que creemos, haciendo el bien como expresión sincera de nuestra fe.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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