Viernes de la XXII semana Tiempo Ordinario
I Co 4, 1-5
Sal 36
Lc 5, 33-39
En la vida del hombre es más importante el ser que el hacer. Cada uno de los hombres puede desempeñar tareas acordes al papel o rol que juegue en la sociedad: algunos dan clases, otros trabajan para una empresa, algunos otros se dedican a practicar un deporte, unos cuantos cuidan de nuestra seguridad, etc.
San Pablo no recuerda, por medio de esta perícopa, que todos los cristianos estamos llamados a ser “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”. Por lo tanto, todas nuestras acciones derivarán surgir de lo que somos, servidores y administradores del Señor.
La relación que se da con el Señor no debe impulsar a ser auténticos servidores, es decir, a ponernos a su servicio y al servicio del Evangelio. Debemos, por ende, proclamar nuestra fe en Jesús, sabiendo que nuestro ser se vera reflejado en nuestro hacer.
Jesús ha puesto en nuestras manos los misterios de Dios, las verdades de fe. Nos ha nombrado administradores. Por lo tanto, como cualquier administrador, debemos de ser fieles a esas verdades y trasmitirlas como las hemos recibido, ya que son las que nos llevan a darle un sentido y esperanza a nuestra vida.
Por otra parte, aceptar a Cristo en mi vida, implica cambios importantes en mi persona. No se trata sólo de saber unas cuantas verdades de Él, sino el de ir trasformando y cambiando mi vida, cada vez más al estilo del Maestro. Esto significa vivir con alegría interior.
En el Evangelio de hoy, Jesús se compara con el Novio y nosotros somos los amigos del novio. Estamos de fiesta con Jesús. En mi vida, ¿se nota que estoy de fiesta o se nota que vivo triste, como si no tuviera al Novio en la fiesta, en mi vida?
Estar con el Novio, implica una novedad radical. La adhesión de nuestra fe en Cristo nos pide que hagamos cambios en nuestra existencia, nos pide portar nuevos trajes y odres. Jesús quiere romper un molde viejo. Lo que San Pablo dice en una de sus cartas, “revestirse de Cristo”, no solo consiste en unos parches o cambios superficiales, sino en un cambio de mentalidad y actitud al puro estilo de Jesús.
Nosotros, en nuestra conversión constante y paulatina, debemos de ir madurando: el vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar y vivir conforme las de Cristo, no mero retoques externos.
Probablemente vamos a escuchar muchos comentarios-criticas a nuestra manera de vivir conforme al Evangelio: los cristianos no tienen alegría, les falta sabor a lo que hacen, son aburridos y cuadrados, etc. Sin embargo, la vida cristiana es como el vino añejo: nadie piensa que puede ser bueno, pero una vez que se prueba no se quiere dejar. Quien se ha dejado llenar por Dios, no querrá experimentar otra variedad del mundo, puesto que lo preferirá a Él antes de cualquier otra cosa.
Pidámosle al Señor que nos conceda una vida de servicio, amor y gozo: que nuestro ser nos lleve a hacer lo que es grato a sus ojos, que podamos cambiar nuestros viejos hábitos por nuevas actitudes de cristianos y que siempre nos llenemos de alegría de saber que estamos de fiesta con el Novio.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario