San Rafael Guízar y Valencia, Fiesta
Is 61, 1-3
Sal 22
Jn 10, 11-16
Hoy celebramos la fiesta de San Rafael Guízar y Valencia, obispo y patrono de los obispos mexicanos. Por ello, la liturgia de la palabra nos presenta el pasaje del Buen Pastor, una imagen de Jesucristo que siempre inspiró a Don Rafael.
Jesús se nos presenta como el Buen Pastor. Es Él quien guía y congrega a sus ovejas, incluso hasta ofrece su vida por su salvación; también añade que el que no entrega su vida por ellas, no es un pastor, sino un asalariado.
Jesús, para indicar el peligro y riesgo que aceña a las ovejas, utiliza la imagen del lobo, el cual se arroja sobre ellas y las dispersa. Si reflexionamos bien en este campo, nos damos cuenta de que, tanto el lobo como el asalariado, solo buscan su provecho, su propia satisfacción y no la de las ovejas. San Rafael tenía bien presente que su primordial tarea era cuidar del pueblo que se le había encomendado.
“Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas”. Es lo que hizo Jesucristo todos los días y lo hace más palpable en su Pasión, cuando “Él mismo había amado a los suyos hasta el extremo” (Cfr. Jn 13, 1). Todo el Evangelio nos muestra la preocupación de Jesús por su pueblo. Lo mismo pasó con Don Rafael Guízar: en todo momento, sobre todo en la persecución cristera, estuvo al pie de la cruz, entregando su vida por sus ovejas.
“¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra?” (Lc 15, 4-6). Diría San Carlos Borromeo: “Para salvar un alma, aunque fuera solo una, iría hasta el infierno”. Esta es la tarea del pastor, ir hasta donde sea posible, hasta los últimos rincones de la tierra a rescatar a su oveja, a salvar al pueblo de Dios. San Rafael, como el Buen Pastor, siempre buscó lo que estaba perdido, fue a encontrar a quien estaba olvidado, a quien se había perdido del camino de la gracia, reincorporándolo por medio del perdón y la misericordia de Dios.
Hemos escuchado muchas veces decir al Papa Francisco: “Sean pastores con olor a oveja”. Una frase que no le tocó escuchar a San Rafael, pero sin duda alguna, él la llevó al pie de la letra, puesto que sabía que lo más importante de ser obispo y pastor, es cuidar fielmente su rebaño.
Don Rafael sabía que en ocasiones tenía que ir delante de su rebaño, guiándolos por pastos seguros; otras veces tenía que ir en medio de las ovejas, para percatarse de sus necesidades; otras veces debía de ir atrás de ellas, por si alguna se rezagaba la incorporara de nuevo al rebaño (cfr. EG 28).
Toda la Iglesia, unida a Jesucristo, el Buen Pastor, está llamada a ser sus discípulos fieles, siguiendo sus pasos, realizando sus mismas acciones. Pidámosle al Señor que envíe trabajadores a su viña, que nos envíe verdaderos pastores que cuiden de su rebaño y que entreguen la vida por las ovejas. Que el ejemplo de San Rafael Guízar nos lleve a todos a saber que “no hay amor más grande que dar la vida por sus hermanos” (Jn 15, 13).
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario