Domingo XXXTiempo Ordinario Ciclo “A”
Ex 22, 20-26
Sal 17
I Tes 1, 5-10
Mt 22, 34-40
Hoy la liturgia de la palabra nos habla sobre el amor. El amor en dos dimensiones: amar a Dios y amar al prójimo. Son en estos dos mandamientos que se encierra la voluntad de Dios, donde se centra la importancia de sus mandamientos. El amor con Dios se va dando de una manera vertical, mientras que nuestro amor con el prójimo se da en un sentido horizontal, de tal manera que se va formando una cruz, en donde uno y otro son indispensables: no se puede separar el amor a Dios y el amor al prójimo.
Amar a Dios equivaldría a complacerlo. Amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas, con toda el alma, con todo el ser, es tratar de agradarlo en todo, cumpliendo en nosotros su voluntad, cumplir los mandamientos, acogiendo su Palabra. Es amarlo primero a Él antes que cualquier cosa.
Amar a Dios es servirlo en todo momento, tal como nos lo plantea San Pablo en la Segunda Lectura: “ustedes han aceptado la Palabra de Dios en tal forma que… se convirtieron al Dios vivo y verdadero para servirlo”.
Dios es la fuente del amor verdadero. Y no sólo eso, sino que el mismo Dios se ha definido como el Amor mismo: “Dios es amor” (I Jn 4, 8). Esto significa que el ser humano no puede amar por sí mismo, sino que lo hace por medio de Dios: Dios nos ama y es por eso que nosotros podemos amar; amarlo a Él nos llevará a amar a los demás.
Esto nos lleva a darnos cuenta de que ambos mandamientos, el de amar a Dios y al prójimo, están íntimamente unidos. Uno es consecuencia del otro: no podemos amar al prójimo si no amamos a Dios; y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al prójimo, pues necesariamente el amor a Dios se traduce en amor al prójimo.
Ahora, Jesús nos dice: “amar al prójimo como a uno mismo”. Pero ¿qué significa amarse a uno mismo? Es buscar el propio bien, buscar lo mejor para uno mismo. Por eso, es la medida mínima que Dios ha puesto para amar a los demás. Con esto Jesús nos quiere dejar en claro que desea que tratemos a los demás como nos tratamos a nosotros mismos.
Si ponemos atención, somos muy complacientes con nosotros mismos: cómo respetamos nuestra manera de ser y de pensar; cómo nos defendemos ante nuestros defectos o debilidades; cómo luchamos por nuestros derechos; nosotros buscamos aquello que nos agrada, aquello que más bien nos hace.
Amar al prójimo como a uno mismo no significa autoestimarse, sino más bien seguir las enseñanzas del Maestro: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes” (Lc 6, 31). Dios sabe lo mucho que nos amamos, por esa razón Jesús ha puesto esa medida en este mandamiento.
Para tomar la medida de nuestro amor al prójimo podemos seguir el himno al amor que San Pablo nos ha dejado: · El amor es paciente y servicial. No tiene envidia. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensa y perdona… el amor todo lo disculpa, todo lo soporta” ( I Co 13, 4-7).
Que el Señor nos conceda tener siempre en el centro de nuestro corazón su amor, para que así lo podamos amar a Él con todo nuestro ser y amar al prójimo como a nosotros mismos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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