Jueves de la XXVI semana Tiempo Ordinario
Jb 19, 21-27
Sal 26
Lc 10, 1-12
El texto que hoy hemos reflexionado del libro de Job forma parte de “los diálogos de Job con sus tres amigos”. Es la conclusión de una respuesta de Job, donde parece ser que ya no le quedan más argumentos para mostrar su inocencia y sus sufrimientos ante sus amigos y Dios.
Les pide que ya no lo torturen y acusen más. En aquel abismo de soledad en el que se encuentra, emite una suplica lamentable: "Tengan compasión de mí, amigos míos, tengan compasión de mí, pues me ha herido la mano del Señor. ¿Por qué se ensañan contra mí, como lo hace Dios, y no se cansan de escarnecerme?
Al llegar hasta este punto, parece que Job es lo más decisivo que dirá en defensa personal. Presiente que se encuentra a las puertas de la muerte y desea que sus palabras queden escritas. Aquello que va a afirmar debe de permanecer. Se debe de afrontar la muerte para descubrir el sentido último del sufrimiento y esperar hasta el final para comprender la obra de Dios.
La esperanza de Job no es otra que la que tenemos los cristianos: llegar un día contemplar a Dios cara a cara. Jesús nos lo ha prometido: “donde yo esté, estará también mi servidor” (Jn 12,26). La vida en este mundo no es sencilla, nunca lo será, ya que esta dañada por la malicia del pecado.
Job nos recuerda que nuestra vida es pasajera, que “somos como la hierba que en la mañana se siembre y por la noche se seca” (Sal 103). La plenitud de la vida se vivirá en la eternidad con Dios. Es una invitación a abrirnos a la esperanza de la resurrección. Aquí tendría mucho sentido las palabras del Apóstol: “Tengo por cierto que los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación de la gloria que Dios tiene preparada para aquellos que le aman" (Rm 8, 18).
Así es, para todos aquellos que nos decimos seguidores de Cristo, la persecución y el sufrimiento, serán parte cotidiana de nuestra vida. Nosotros decidimos seguir las huellas del Maestro, porque sabemos que “la mies es mucha y los trabajadores pocos”. Pero Jesús nunca nos engañó cuando decidimos ser anunciadores de su Evangelio: “los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias…”. Sabe que la predicación del Evangelio traerá muchas adversidades, pero Él está con nosotros. Confiemos que Dios siempre nos sostiene en los momentos de nuestras pruebas, de las situaciones tan complejas por las que nos podamos encontrar.
Aún en medio de nuestros problemas o tribulaciones, en medios de los días tan difíciles y pesados que podemos vivir, debemos de permanecer valientes, sabiendo que el amor de Dios se hará presente y que al final, cuando nuestra misión haya concluido, estaremos gozando de la gloria de la Resurrección. Fiémonos plenamente en la presencia y compañía de Dios en toda nuestra vida.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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