Domingo XXIX Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Is 45, 1. 4-6
Sal 95
I Tes 1, 1-5b
Mt 22, 15-21
La perícopa del Evangelio que hoy hemos meditado, pone de relieve, en primer lugar, la admirable sabiduría de Jesús: no como una sabiduría humana, sino divina, capaz de trascender toda realidad mundana.
No es la primera vez que intentan poner en aprietos al Señor, que buscan tenderle una trampa o meterlo en un callejón sin salida: si Él responde que se debe de pagar, se ganará la antipatía y rechazo de los judíos que no les gustaba estar opresores de los romanos; si dice que no hay que pagar, entonces se gana la ira de los romanos que lo verán como un revolucionario en contra del sistema.
Pero que fácil hace ver las cosas Jesús: sale de este dilema poniéndose a un nivel superior: “Den a Dios lo que es de Dios”. es evidente que lo que más cuenta para Jesucristo es el Reino de Dios. Sus palabras iluminan el camino que el cristiano debe de recorrer en el mundo.
La fe no nos pide que nos aislemos de las realidades temporales o mundanas; todo lo contrario, es un estímulo para que nos comprometamos a transformarlas desde dentro, construyendo, de esa manera, la instauración del Reino de los Cielos.
Ahora bien, no sólo escapa de la trampa que le han tendido, sino que, además, les hace ver a sus interlocutores su mala voluntad. “Dad al César lo que es de él y a Dios lo que es de Dios”; la moneda contiene la imagen del emperador y por eso le pertenece a él; pues bien, el hombre ha sido constituido y creado a imagen y semejanza de Dios, por ende, le pertenece a Dios. Si nosotros le pertenecemos a Dios, debemos, por lo tanto, obedecerle, someternos a Él y a su voluntad.
Ciertamente que este Evangelio nos lleva a una postura revolucionaria, ya que Jesús afirma claramente: “Dad al César lo que es del César”, pues toda autoridad humana viene dada por parte de Dios. Pero a su vez hace relativo los poderes humanos: “Den a Dios lo que es de Dios”. Si la autoridad humana obedece completamente a Dios, se convierte en instrumento de Dios, pero si desobedece a Dios y pretende ponerse en el lugar que no le corresponde, entonces “hay que obedecer primero a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29).
También en la primera lectura se subraya esta verdad. Para los creyentes existe un solo Dios, que, en su divina providencia, guía el camino de la humanidad a través de la historia. Por esa razón es que se comprometen en la construcción de la ciudad terrena, al fin de hacerla más justa y humana. Los sostiene en esa lucha constante por participar algún día en la comunión de la ciudad celestial.
La misión de la Iglesia, como la de Jesucristo, es esencialmente hablar de Dios, haciendo memoria de su soberanía, recordando a todos, especialmente a los que han perdido su identidad de hijos de Dios, el derecho que Dios tiene sobre lo que le pertenece, es decir, el derecho que tiene en nuestras vidas.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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