Domingo XXVII Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Is 5, 1-7
Sal 79
Flp 4, 6-9
Mt 21, 33-43
Queridos hermanos: tanto la primera lectura, como el Evangelio, se nos ha propuesto una imagen alegórica de la Sagrada Escritura: la de la viña. Una imagen que hemos escuchado en los domingos precedentes.
La imagen de la viña describe claramente el proyecto divino de la salvación y se presenta como la alianza de Dios con su pueblo. Jesús, retomando el cántico de Isaías, más que poner el acento en la viña, lo hace en los viñadores y la actitud que toman contra aquellos servidores que el propietario envió.
El dueño de la viña hace un último intento por rescatar a aquellos viñadores: manda a su propio hijo, convencido de que al menos a Él si lo escucharán. Pero sucede lo contrario: los viñadores se precipitan contra el hijo, sabiendo que, asesinándolo, podrán quedarse fácilmente con la viña. Observamos claramente el desprecio de los viñadores por su amo: no es solo una simple desobediencia de un precepto divino, sino en verdad es un rechazo total a Dios.
Al desprenderse de Dios, el hombre cree que puede hacer lo que se le antoje y que él puede ponerse la única medida de sí mismo y de su obrar. Pero, cuando el hombre elimina a Dios de su vida, ¿es verdaderamente más feliz? ¿Se hace verdaderamente libre? ¿No será todo lo contrario: abusa del poder, se encierra en un egoísmo, practica la injusticia y se violenta contra el prójimo? Al final, el hombre se encuentra más solo.
El consuelo que podemos recoger de estos textos bíblicos es que el mal y la muerte no tienen la última palabra, sino que al final el que vence es Cristo. Aquí es donde tendrían mucho sentido las palabras del Apóstol San Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura: “que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio. Pongan por obra cuanto han aprendido y recibido”.
El Señor nos sigue llamando a colaborar en su viña y, cuando Dios llama, siempre pide una respuesta: su acción de salvación requiere la cooperación humana; su amor espera ser correspondido por nuestro amor. Que nunca nos suceda lo que le sucedió a la viña: “Él esperaba que su viña diera buenas uvas, pero la viña dio uvas agrias”.
La Palabra de Dios puede cambiar el corazón del hombre; por esa razón, es importante entrar en intimidad con ella. Todos comprobamos cuán necesario es poner como centro de nuestras vidas la Palabra de Dios, para que así, su luz ilumine todos los ámbitos de nuestra vida.
Que Dios nos conceda acercarnos con fe a la escucha asidua de su Palabra: que podamos escuchar las Escrituras y meditarla en nuestro interior; que jamás se separe de nuestro corazón, para poder ser verdaderos viñadores que den a su tiempo frutos buenos, que es lo que Dios siempre espera de nosotros.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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