Viernes de la XXVII semana Tiempo Ordinario
Gal 3, 7-14
Sal 110
Lc 11, 15-26
Pablo se ha percatado de un dilema en la comunidad de Galacia: ¿apoyarnos en nuestros propios méritos o en la bondad de Dios? ¿Centrar nuestra espiritualidad en las obras cumplidas o en la apertura a la gracia divina? Y este dilema lo podemos tener en la actualidad.
La fe de Abraham, que nos muestra la Sagrada Escritura, es de gran admiración. Era un pagano cuando fue llamado a una misión, incluso sin terminar de entenderla. Pero él confió plenamente en Dios y emprendió su viaje. Por eso es un modelo para los creyentes.
También a nosotros Dios nos está pidiendo una fe absoluta en su Hijo Jesucristo, una fe que implica las obras de la fe y una conducta coherente en nuestra manera de vivir. Ciertamente la conducta ayuda, pero no es la única que nos otorga la salvación, sino la gracia que Cristo ha depositado en nosotros.
Mucho, por no decir que todos, no llevamos la contabilidad de todas las cosas buenas que hacemos por Dios. La Ley no nos salvará, aunque nos ayudará a mantenernos por el camino correcto: lo que nos salva es la generosidad de Dios al entregar a muerte a su Hijo muy amado por todos nosotros.
Cada uno de nosotros debe buscar responder con amor y prontitud a la gracia que Dios nos regala por medio de sus sacramentos. No son hijos de Abraham los que provienen de él por lazos de raza, sino aquellos que imitan su fe y disponibilidad a la gracia de Dios.
Por otra parte, todos estamos constantemente en una lucha entre el bien y el mal. Es cierto que el mal existe, pero Jesús quiere que nos posicionemos contra el maligno, no a su favor.
Al contemplar esta imagen de Jesús liberando a todos aquellos que están poseídos por espíritus inmundos, estamos convencidos de que el Reino de Dios ya ha llegado a nosotros, que su poder salvador ya está obrando en y por nosotros. Por ello, ya no podemos poner escusas ridículas como aquellos que no querían aceptar a Jesús en su vida.
Jesús ya ha vencido al poder de Satanás, por medio de su muerte y resurrección y ahora nos invita a unirnos con Él en esta lucha contra el maligno: “el que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. Podemos ser meros espectadores en esta batalla o podemos sumarnos a la causa del Señor.
Ahora, debemos de estar atentos a la advertencia de Jesús. Puede ser que aun no estemos seguros de haber vencido al mal. Puede ser que venga el espíritu maligno con más fuerza, “con otros siete espíritus peores” y quiera meterse a vivir en nosotros.
La llamada a la vigilancia es evidente: cada uno de nosotros sabe cuales son aquellos demonios que pueden venir a tentarnos y hacernos sucumbir ante ellos. Haremos mucho bien en reconocer humildemente nuestra fragilidad y confiarnos a la gracia Dios, que es la única que nos puede salvar: “Padre, no nos dejes caer en la tentación” (Lc 11, 4).
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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