Sábado de la XXVIII semana Tiempo Ordinario
Ef 1, 15-23
Sal 8
Lc 12, 8-12
San Pablo debió sentirse lleno de alegría al haber sido notificado sobre la fe que manifiesta la comunidad de los efesios. El Apóstol sabe que éstos son participes de la herencia dada por Cristo, un legado que se hace visible desde ahora en la caridad de esa Iglesia.
Para que esta comunidad siga firme en la vida nueva, Pablo solicita al Padre el don del “Espíritu de sabiduría y una revelación” que les permita profundizar cada vez más en este misterio.
Todos sabemos del papel insustituible que juega el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Por desgracia es la Persona más olvidada de la Santísima Trinidad, aunque siempre está en comunión con el Padre y el Hijo, actuando en la Iglesia. Por ser el amor con el que se aman recíprocamente el Padre y el Hijo, conoce la intimidad de la vida divina y, por morar en los bautizados, les trasmite el conocimiento amoroso que es Él mismo. Ahora bien, el Espíritu Santo es amor: el amor engendra, por consiguiente, el conocimiento, y el conocimiento engendra el amor.
La manera en la que nos instruye y cómo actúa el Espíritu de Dios, es de una manera completamente distinta a la que uno puede estar acostumbrado: mientras que nuestra experiencia humana acoge lo que hemos comprendido, vivido y consentido, el Espíritu se comunica al hombre en la medida en que confía en Él. De ahí que sólo podamos comprender las cosas del Espíritu en la medida en que nos dispongamos a adherirnos a Él.
Cuando el Espíritu Santo encuentra un alma que es obediente a la verdad y se muestra con plena disponibilidad a hacer y cumplir la voluntad del Padre, quiere llevar a cabo, en sí misma, los prodigios de Dios.
La cima de este conocimiento amoroso es el de saberse amado por Dios: la experiencia del amor nos hace darnos cuenta de qué tan grandes son los bienes que esperamos, qué espléndida es la bondad de Dios que nos hace participes de su herencia, qué eficaz es la acción salvífica de su Hijo amado.
En nuestro caminar como cristianos sabemos que necesitamos ánimos, de que éste recorrido no es fácil. Jesucristo nos recuerda el gran amor que Dios nos tiene y la ayuda eficaz del Espíritu Santo. Además, el mismo Jesús saldrá fiador a nuestro favor en el momento que más lo necesitemos.
En los mementos de prueba o de que sentimos miedo por algo, será bueno que recordemos estas palabras de Jesús, afirmando el amor que nos tiene Dios para ayudarnos en todo momento. Si la presencia de la Trinidad está con nosotros, no tenemos motivos para dejarnos llevar por el miedo o la angustia.
Dios está siempre con nosotros: ¿por qué no confiar en Él?
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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