Sábado de la XXVII semana Tiempo Ordinario
Gal 3, 22-29
Sal 104
Lc 11, 27-28
La fe en Jesucristo nos ha liberado de la esclavitud de la Ley. Solo por la fe, la humanidad es capaz de liberarse de las ataduras opresoras de la Ley. Ciertamente que la Ley ayudó a conducir al pueblo de Dios hasta el momento en que nuestro Padre envío a su Hijo para liberarnos de esas cadenas. ¿Cuántas veces Jesús criticó a los fariseos por su legalismo exagerado? Podemos poner como ejemplo el sábado: en vez de ser un día de libertad y de gozo, se había convertido en motivo de angustia y casuística.
La primera comunidad tuvo que esforzarse por encontrar el camino justo a la apertura del nuevo mundo, de la nueva doctrina dada por Jesucristo: el pueblo de Dios poco a poco se fue liberando de la formación legalista y rigorista heredada en el Antiguo Testamento.
Cada uno de nosotros sabrá si se siente hijo de Dios o prisionero; si se dirige a Dios como Padre o simplemente como Creador o como un Juez. Dependerá de cada uno de nosotros si cumplimos con las reglas del juego, ya sea con amor o sólo por interés o miedo al castigo.
Si la fe se siente pesada, como una losa, nos podemos seguir considerando esclavos o prisioneros. Por ello, es necesario abrirle paso al “Pedagogo” por excelencia, Jesucristo, para que el nos vaya mostrando el camino de la madurez cristiana.
El Evangelio nos habla de una verdadera fe cimentada en Dios. En María aprendemos la gran lección: “dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. Este es el distintivo de los seguidores de Cristo, que su fe los lleva a “quedarse con la mejor parte”.
Jesús aprovecha esta oportunidad para realizar una bienaventuranza a todos los que escuchan su Palabra y la cumple. Jamás desautoriza a su Madre, sino todo lo contrario: Él está diciendo que su mayor mérito fue el haber creído en la Palabra que Dios le había dirigido por medio del Ángel.
La vida de la Virgen María es un modelo perfecto de lo que uno puede ser capaz de hacer por Dios y de cómo se debe de aceptar su voluntad. Jesús resaltaba la importancia de la obediencia a su Padre, ya que es lo que nos garantiza una comunión con Él y su Padre.
En nuestros días, la obediencia se ha debilitado y no somos capaces de renunciar a nuestra propia voluntad para hacer la voluntad de Dios. Jesús pone como ejemplo a su Madre, la cual renunció a todo con tal de cumplir en ella la voluntad de Aquel que la había llamado a ser la Madre de los creyentes. Ojalá que también nosotros respondamos con la misma generosidad con que lo hizo ella y así alcancemos la misma felicidad que ella vivió.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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