Sábado de la XXVI semana Tiempo Ordinario
Jb 42, 1-3. 5-6. 12-16
Sal 118
Lc 10, 17-24
El libro de Job, por una parte, es una obra que nos da a conocer lo superficial que es la vida y, por otra, la confianza que debemos depositar en el Señor. Durante esta semana fuimos conociendo la historia de este hombre, el cual es un prototipo de la paciencia y la resignación.
Es hasta el final del libro en donde se nos trasmite la verdadera razón de su comportamiento: Job ha conocido los planes de Dios, ha sentido su presencia amorosa, su obrar en todos los acontecimientos de su vida, tanto los buenos como lo malos.
Job pudo entender que ningún proyecto o plan es irrealizable para Dios: que, en medio de sus infortunios y desgracias, estaban escondidos los designios del Señor. No entendía su justicia y cuestionaba su presencia. Pero al final recapacita de su pensar y obrar: “Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento”.
Si nuestra confianza está puesta en el Señor, toda nuestra vida ira bien, aún en los momentos de dificultad, lo podemos contemplar en Job: Dios lo bendice con una gran descendencia, riquezas y una vida prolongada y satisfactoria. El autor sagrado sabe que Dios bendice abundantemente a todos sus fieles y desea trasmitirnos esa confianza como lectores.
Como Job, también nosotros debemos de estar dispuestos a aceptar los planes de Dios en nuestra vida. Debemos de ir confirmando y reafirmando nuestra fe, abandonarnos completamente a la voluntad del Señor, como lo decimos en el Padre nuestro: “Hágase tu voluntad”. Esta petición cobra su más grande sentido cuando ponemos nuestra confianza en Dios, porque el Señor cuida de sus fieles y los fortalece para aceptar su voluntad.
En la vida del discipulado, también se dan estos momentos de satisfacción: lo vemos en el Evangelio de hoy: “Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
Como aquellos discípulos, sería muy bueno que tuviéramos a alguien con quien poder compartir nuestros momentos de alegría, que podamos platicar de nuestras experiencias, que nuestra vida se convierta en una alabanza a nuestro Dios y Salvador, sabiendo dar gracias porque Dios sigue dando frutos, derrotando los poderes del maligno.
Ciertamente podemos estar satisfechos por todo lo que hemos logrado en nuestra vida, pero más felices debemos de estar de saber que cumpliendo la voluntad de Dios, “nuestros nombres están escritos en el cielo”. Esa debe de ser nuestra mayor alegría: haber sido llamados para colaborar en la construcción del Reino de Dios.
Que el Señor nos conceda seguir poniendo nuestra confianza en Él y que nos ayude para que viviendo y actuando como verdaderos hijos suyos, procuremos el bien de todos, alegrándonos por ser instrumentos de amor de Dios para ellos, pero, sobre todo, por saber que nuestros nombres están inscritos en el cielo.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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