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La opción por Cristo

 Jueves de la  XXIX semana Tiempo Ordinario


Ef 3, 14-21

Sal 32

Lc 12, 49-53



    El Evangelio que hemos reflexionado este día, puede ponernos en crisis o dudas sobre el hablar de Jesús. Por ello, es necesario explicarla, porque de otra manera, puede llegar a crear varios malentendidos entre los fieles de la Iglesia.


    Jesús dice a sus discípulos: “¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división”. ¿Qué significa esto? Significa que la fe no es solo una decoración que habita en el creyente, algún accesorio que puede ponerse o quitar.


    La fe nos debe conducir a elegir a Dios como el criterio y centro de mi vida: Dios no es neutro o cambiable a mi situación personal o a mi estado de ánimo. Una vez que Jesús ha venido al mundo, no podemos seguir viviendo u obrando como si no conociéramos al Padre; como si fuéramos una persona vacía o indiferente.


    Sabemos que Dios no tiene un rostro concreto o un nombre propio. Pero si sabemos muchos de Él: Dios es misericordia, es fidelidad, es Espíritu que llena y transforma nuestra vida. Por esa razón Jesús afirma que ha venido a traer división.


    Ahora, no es precisamente que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, sino todo lo contrario: Él es nuestra paz, nuestra reconciliación con el Padre. La paz que Jesús nos ofrece es la de rechazar al mal, al egoísmo; obrar el bien, en la verdad, en lo que es justo, incluso cuanto esto requiere un sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí divide, lo sabemos perfectamente; divide incluso las relaciones más cercanas.


    Pero pongamos atención: no es que Jesús quiera dividir. Él pone los criterios: vivir para uno mismo o vivir para Dios y los demás; hacerse servir de los otros o convertirse en el servidor de los demás; obedecer a sus propias convicciones u obedecer a Dios. En este sentido el anciano Simeón tenía razón: “este niño será signo de contradicción” (Lc 2, 34).


    La verdadera fuerza del cristianismo es la fuerza de la verdad y del amor, que nos lleva a renunciar a toda violencia. Fe y violencia son incompatibles. En cambio, fe y fortaleza van juntas. El cristiano no debe de ser violento, sino llenarse de la fuerza de Dios: “Todo lo puedo en Cristo que es mi fortaleza” (Flp 4, 13). 


    Jesús nos muestra la necesidad de ser fieles al Evangelio, de estar preparados y atentos a su Palabra. Sabemos que esta fidelidad al Evangelio nos puede llevar a tener divisiones con los demás, pues los criterios del mundo no van acordes a los de la Buena Nueva.


    Roguémosle al Señor que nos conceda la gracia de vivir nuestra fe firmemente arraigados en Cristo, de tal modo que, desde nosotros, Dios continúe realizando su obra salvadora por toda la humanidad.




Pbro. José Gerardo Moya Soto

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