Sábado de la XXX semana Tiempo Ordinario
Flp 1, 18-26
Sal 41
Lc 14, 1. 7-11
Pablo, al escribir esta carta, se encontraba prisionero. No sabe cómo terminará: incluso es consciente de que puede morir. Aún con esta posibilidad latente, nos muestra toda la disposición que tiene por llevar a cabo su misión: él quiere colaborar hasta el último momento en la predicación de la Buena Nueva.
Al Apóstol no le importa mucho lo que pueda venir, con tal de anunciar a Cristo resucitado. Eso para él es la mayor alegría: tanto si vive o muere, “Cristo será glorificado en su cuerpo, sea por su vida o por su muerte”.
Es admirable y sorprendente la convicción de este gran hombre y predicador: toda su vida está absolutamente orientada a dar a conocer a Cristo Jesús. Esto nos debe de interpelarnos a todos: ¿estamos dispuestos a vivir o morir por el bien de los demás? ¿Tenemos plena disposición para llevar a cabo nuestra misión aceptando con gozo las consecuencias que esto pueda traernos?
Es evidente que vale la pena cumplir con la misión que Dios nos ha encomendado, al fin y al cabo, nuestra vida está en sus manos. Es aquí donde Jesús quiere aprovechar para darnos una lección con la parábola que hemos meditado en el Evangelio el día de hoy.
Aunque Jesús utiliza una parábola, nos damos cuenta de que no está nada fuera de la realidad. Sabemos que si los fariseos tenían un defecto era ese, el de pretender estar mejor que los demás, que merecían los mejores lugares o el mejor trato. La invitación de Jesús se orienta en saber elegir el lugar más humilde: “el que se enaltece, será humillado; el que se humilla, será enaltecido”.
No hace falta que seamos fariseos para recibir esta corrección del Maestro. En ocasiones nos gusta aparecer en los primeros lugares, ser vistos y alabados por la gente. En la vida diaria intentamos deslumbrar a los otros con nuestra manera de vivir, con nuestras virtudes, con lo que llevamos puesto o tenemos, pero todo se queda en pura apariencia.
Jesús nos enseña una y otra vez que el estilo de vida que debemos de adoptar es el de la sencillez y la humildad de corazón. Nosotros, los seguidores de Cristo, no nos debe de importar ocupar los últimos lugares para posteriormente ser colocados en un lugar principal, sino que es una imitación de Jesús, “que no vino a ser servido sino a servir” (Mt 20, 28).
La humildad nos llevara a ser más felices, a vivir menos disgustados. Alguien que es soberbio nunca es bien recibido o aceptado; el humilde, en cambio, es aceptado por los demás, es grato a los ojos de Dios, puesto que Él prefiere a los humildes: “enaltece a los humildes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 52).
Esforcémonos por hacer nuestro el ejemplo que San Pablo y Jesús nos enseñan: orientémonos nuestra vida a cumplir con humildad y sencillez la misión que Dios nos ha dado y así seremos recompensados con la plenitud de la vida.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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