Viernes de la XXIX semana Tiempo Ordinario
Ef 4, 1-6
Sal 23
Lc 12, 54-59
San Pablo nos exhorta, igual que a la comunidad de Éfeso, a “llevar una vida digna conforme el llamamiento que hemos recibido”. De muchas maneras podemos ir descubriendo cuál es nuestra vocación como seguidores del Maestro.
Es cierto que “no somos monedita de oro para caerle bien a todos”: aún si somos buenos cristianos, muchas veces nuestro carácter o nuestra manera de ser no simpatiza con la de los hermanos o viceversa, la manera de ser de los otros no nos agrada del todo.
Por esta razón, el Apóstol nos invita a ser comprensivos, es decir, a empatizar con el otro, a ponernos en sus zapatos, a tratar de entender al prójimo: probablemente mi hermano no ha tenido un buen día, tal vez las cosas no están saliendo como él esperaba. Antes de hacer un juicio temerario sobre el hermano, primero debemos de ser comprensivos. Por otro lado, también se nos invita a soportarnos: no como una persona que lleva una loza pesada sobre la espalda, sino aquel que lo hace por amor: “sopórtense con amor”.
Otra figura que emplea San Pablo es la de ser un solo cuerpo: Cristo como cabeza y nosotros como el resto del cuerpo. ¿Cómo es la manera de vivir de los miembros en un mismo cuerpo? No hay luchas entre ellos, sino que buscan el bien común, la unidad debe de reinar entre ellos.
Aquí se nos muestran los argumentos a favor de la unidad: la fe, la esperanza, la vocación compartida, nuestra alegría por tener un solo Dios. Pero estos argumentos, por mas profundos y teológicos que sean, si no reina la caridad y el amor en nuestras comunidades, no valen mucho en la práctica.
La tarea sigue siendo complicada en nuestro tiempo, ya que nuestras fragilidades hacen que la Iglesia no esté tan radiante de fe y de amor como debería de estar, no presentando una imagen de unidad como San Pablo deseara. Ya no deberían de existir pretextos entre nosotros: tenemos una lista estupenda de motivos por lo cual deberíamos de estar unidos en vez de estar desuniéndonos.
Por esta razón, es importante comprender los signos de los tiempos, ya que en el tiempo es posible comprender las intenciones del Señor: Dios, en su amor eterno, actúa en el aquí y en el ahora. Por esa razón, nos llama a saber leer e interpretar los signos de la salvación.
El signo por excelencia siempre será Cristo. Él me salva en la medida en que me dejo interpelar por su Palabra, conforme le permita al Espíritu Santo dar fruto en mi vida, en el deseo que yo tenga por mantenerme firme y perseverante en la gracia del Señor, etc.
Que nuestro Padre Celestial nos conceda vivir en fidelidad a su voluntad; que por medio de su Palabra y la acción del Espíritu Santo, podamos interpretar los signos de los tiempo y permanecer unidos a Cristo, nuestra cabeza, y así formemos el cuerpo que Él quiere para su Iglesia.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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