Lunes de la XXVIII semana Tiempo Ordinario
Gal 4, 22-24. 26-27. 31-5, 1
Sal 112
Lc 11, 29-32
San Pablo, en su carta a la comunidad de Galacia, percibe un peligro real: los Gálatas piensan que serán mejores cristianos si aceptan y obedecen la Ley de Moisés al pie de la letra, con todas sus prescripciones. El Apóstol percibe que es muy probable que este pueblo pueda devolverse a una vida de pecado.
Todo aquel que únicamente deposita su confianza en el cumplimiento de la Ley, el que cree que será salvo por el simple hecho de obedecer la Ley, está negando algo fundamental: la gracia que proviene de Cristo.
No es que la Ley sea mala: es un avance formidable si se le compara con aquellos que llevan una vida sin conciencia de lo que es bueno o malo. Pero ese también es el riesgo: que la conciencia se vuelva prisionera de la Ley excluyendo la gracia providente de Dios. Es necesario, pues, liberarnos de un pensamiento de que solamente por el cumplimiento de la Ley nos vamos a salvar, ya que no seremos amantes de la Ley, sino esclavos de ella.
Precisamente esa fue la idea de Dios: liberarnos de la esclavitud de la Ley. La libertad de la gracia no es un libertinaje, sino es la alegría de saber que por medio de ella podemos cumplir la Ley con mayor plenitud. Esta gracia liberadora nos hace cumplir la ley con amor, no sólo como una carga pesada que debemos de llevar sobre nuestros hombros.
Es triste ver personas que se sientan obligadas o forzadas a cumplir con los mandamientos, quejándose constantemente de que la Iglesia pone más cargas sobre sus espaldas que aligerarla. Debemos dejar obrar al Espíritu Santo en nuestra vida, puesto que Él es la acción liberadora que proviene de Dios. Es el mismo Espíritu el que nos hace amar todo lo que el Señor nos ha instruido. No debemos de ser esclavos de la Ley, sino permitir que el Espíritu de Dios nos enseñe y mueva a cumplir los mandamientos de Dios.
Por esa razón, Jesús nos deja una enseñanza en el Evangelio. No le gustaba que la gente pidiera signos y milagros, sino que creyeran en Él, no por las acciones que pudiese hacer, sino por que era el enviado del Padre. Eso mismo quiere en nosotros, no dudar de la gracia que produce su Espíritu en nosotros, sino abandonarnos y confiar en Él.
Es necesario abrir nuestros ojos, sobre todos los de la fe, y nos daremos cuenta de todo lo que Dios hace en nosotros. Solo poniendo nuestra confianza y fe en Jesucristo, podremos dejar de ser esclavos de una Ley rigorista, y así poder cumplirla con amor para nuestra salvación.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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