Viernes de la XXVIII semana Tiempo Ordinario
Ef 1, 11-14
Sal 32
Lc 12, 1-7
San Pablo presenta un concepto clave en la vida del creyente: la predestinación (destinados de antemano), el cual ha generado gran controversia en la historia de la Iglesia. probablemente nos resulte un poco más fácil entenderlo si lo explicamos desde el término “herencia”.
Ciertamente estamos predestinados a la salvación en el sentido de que Dios nos ha redimido por Jesucristo. Nosotros no hemos hecho mérito alguno en este sentido, todo lo ha hecho Dios, pero eso sí, Él nos hace herederos de su misma vida: por consecuencia, todos estamos salvados.
Ahora bien, puesto que Dios nos ha hecho libres de elegir, podemos rechazar esta herencia y renunciar de esa manera a la salvación que se nos ha dado gratuitamente. Predestinados no significa, por tanto, necesariamente ser salvados. Ya lo decía San Agustín de Hipona: “Dios, que nos ha creado sin nosotros, no puede salvarnos sin nosotros”.
Sin embargo, la eficacia de la salvación de Dios se manifiesta con claridad en aquellos que están dispuestos a acogerla con fe. Es de esta manera que, tanto judíos como paganos, por el simple hecho de haber escuchado la Palabra de verdad y haber creído en el Evangelio, se han convertido en herederos del Reino.
Al contemplar todo lo que Dios nos ha dado al crearnos y recrearnos como hijos suyos por medio de Jesucristo, nos quedamos sin palabras. Nos podemos quedar perplejos cuando pensamos que este bien lo pone Dios en nuestras manos y lo confía a nuestra libertad. Dios confía en nosotros y se ha comprometido a no dejar que nos falte nada de lo que necesitamos para responder a su don.
Dios no quiere sacarnos del mundo en el que vivimos y debemos vivir, sino que nos declara su amor. Él nos ama con amor eterno y nos ha creado para que gocemos de Él en la eternidad. Es cierto que por nuestra propia cuenta no podemos llegar a Él, pero también es verdad que Dios se ocupa completamente de nosotros y hará que podamos. Confiemos en Él, respondamos a su amor obrando con sencillez y humildad.
Solos no podemos hacer nada: nos vencerá el temor, los instintos del egoísmo, la lógica que el mundo nos ofrece, las debilidades de nuestro cuerpo, etc. Pero si nos confiamos a Dios, nos abandonamos a Él, podremos alcanzar la Vida Eterna. “Haz todas las cosas como si dependieran de ti y confía en Dios como si todo dependiera de Él” (San Ignacio de Loyola). La elección la tiene cada uno de nosotros.
Y tú: ¿Qué es lo que quieres elegir?
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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