Santos Ángeles Custodios, Memoria
Jb 38, 1. 12-21; 40, 3-5
Sal 138
Mt 18, 1-5. 10
Ha llegado la hora en la que Dios se presenta ante los ojos de Job, y le habla para decirle que hay muchas cosas incomprensibles. Pero que, aún en medio de todas las tormentas o desordenes que este viviendo, Él sabrá poner orden en el corazón del hombre.
Ante la presencia magnánima de Dios, ¿qué puede decir o realizar el hombre? Debemos de caer en la cuenta de que el Señor no hace una invitación a descubrir la propia pequeñez en nuestros criterios, en el conocimiento que podamos tener.
Todos nuestros proyectos e iniciativas son buenas, pero serán siempre mejores las que Dios tiene para con nosotros: ciertamente, muchas veces no las vamos a comprender. Es verdad que el conocimiento sobre Dios y las cosas crece continuamente. Sin embargo, siempre será mucho más lo que se desconozca del Señor. Aquí surgirá la necesidad de abandonarnos confiadamente a Aquel que todo lo puede y que todo lo sabe.
El Señor nos hace la invitación a inclinarnos delante de Él y reconocernos humildes, limitados, pequeños… a fin de que aprendamos a recibir de sus manos bondadosas todo aquello que en verdad necesitamos para tener una vida plena.
Dios es grande y soberanos: todas sus obras son justas y verídicas. Por ello, tengamos la seguridad de sus planes, son lo mejores que podemos pedir, pensar o imaginar. Abandonémonos a Dios, sabiendo que nunca nos dejará solos, sino más bien, nos acompañará todos los días de nuestra vida.
Por otra parte, hoy celebramos la memoria de los Ángeles Custodios, los cuales nos revelan la presencia trascendental de Dios en cada persona. Por eso, hemos visto en el Evangelio que el mayor en el Reino de Dios es el niño y el que se hace como niño, ya que es la manera de presentar, en forma paradigmática, el despojo de todo poder.
El despojo de la soberbia y de la prepotencia de poder, es la condición para entrar en el Reino. Sólo se puede entrar en el Reino cuando uno descubre el poder de Dios: el poder de su Amor, el poder de su Palabra, el poder de su Espíritu Divino.
Cada persona tiene su propio ángel custodio. El libro del Éxodo nos muestra al pueblo de Israel conducido por el ángel de Dios: el pueblo debe de escuchar su voz, seguirlo por dónde él le va indicando. En ese ángel, está la presencia de Dios mismo.
También nosotros debemos descubrir la presencia de nuestro propio ángel custodio y, no sólo eso, sino también escuchar su voz y hacerle caso. Debemos de vivir conforme esa presencia trascendental en nosotros, para poder así reflejarlo con nuestras obras y palabras.
Que Dios nos conceda la gracia de saber escuchar a nuestro ángel custodio, para poder ser conducidos por el camino que conduce a la plenitud de la vida: la Vida Eterna.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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