Lunes de la XXVII semana Tiempo Ordinario
Gal 1, 6-12
Sal 110
Lc 10, 25-37
La liturgia del día de hoy nos propone reflexionar en la parábola del buen samaritano. Es un relato sencillo de entender y estimulante para vivir, ya que indica un estilo de vida, en donde el centro ya no somos nosotros mismos, sino los demás y sus dificultades que encontramos en nuestro camino.
Jesús entable este dialogo con un Doctor de la Ley, aprovechando en marcar cuales son los mandamientos más importantes a seguir: “amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo”. Aquí la pregunta sería: ¿quién es mi prójimo? ¿A quién debemos amar como a nosotros mismos?
Cristo aclara la pregunta de este Doctor de la Ley con la parábola y aquella interrogante: ¿cuál de los tres -el sacerdote, el levita o el samaritano- te parece que se porto como prójimo del hombre asaltado? Evidentemente no puede existir otra respuesta: “el que tuvo compasión de él (el samaritano)”.
Es de este modo que Jesús ha cambiado la perspectiva inicial de la pregunta, del Doctor de la Ley, inclusive la nuestra: no debemos catalogar a los demás para decidir quien es mi prójimo y quien no lo es. Depende de mí ser prójimo o no de la persona que me encuentro y tiene necesidad de ayuda, incluso si es un extraño o algún adversario. Es una decisión que sólo yo puedo tomar.
¡Qué hermosa lección nos da el Señor! Esas palabras deben de resonar en nuestro corazón: “Ve, y procede tú de la misma manera”. Hazte prójimo del hermano que está en dificultad, del que se siente sólo o incluso de aquel que te ha traicionado. No tengas temor de hacer lo mismo con el otro.
Se trata de hacer obras, no de sólo decir palabras que muchas veces se las lleva el viento. Mediante las obras, que realizamos con amor y alegría para con el otro, nuestra fe brota y da frutos abundantes. Cada uno de nosotros debería de preguntarse: ¿nuestra fe es fecunda y produce frutos buenos desde la ayuda al prójimo?
Esta bien hacernos esta pregunta, por que al final de nuestra vida seremos juzgados desde el amor y la misericordia. Imagínate que el Señor te diga cuando llegues a su Reino: ¿te acuerdas aquella vez, por el camino que conduce a Jericó? Aquel hombre medio muerto: era yo; ¿Recuerdas aquel hombre que te pidió para comer? Era yo; ¿Te acuerdas de aquel que diste la espalda, traicionándolo? Era yo.
Que el Señor nos conceda la gracia de caminar siempre por la vía del amor: un amor generoso para con los demás, como ese buen samaritano. Que Dios nos ayude a vivir siempre en ese mandamiento principal, ya que es de esa manera como podremos acceder a la vida eterna.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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