Miércoles de la XXXII semana Tiempo Ordinario
Tt 3, 1-7
Sal 22
Lc 17, 11-19
Nos encontramos con algunas recomendaciones que hace San Pablo a la comunidad dirigida por Tito, las cuales, va dirigidas a los deberes sociales, mostrándoles la manera de cómo deben de obrar en este mundo. Aquí cabría hacernos esta pregunta: ¿cómo tenemos que actuar nosotros, los cristianos del siglo XXI, en medio de la sociedad? Para poder dar testimonio creíble de nuestro ser, tenemos que comenzar por ser intachables ciudadanos de esta sociedad.
Por esa razón, la carta de Pablo a Tito nos sigue siendo muy útil, ya que nos recuerda lo que tenemos que evitar: pasarnos la vida molestando a los que nos rodean, tener riñas o disputas, mostrarnos envidiosos, siendo insoportables con el otro, odiar al prójimo. Si hacemos todo lo anterior mencionado, estaremos viviendo según los criterios del egoísmo personal, sin ninguna solidaridad con los demás, seguiremos siendo “esclavos de nuestras pasiones y placeres”.
También, en esta carta, se nos proponen metas muy puntuales para una convivencia más humana y fraterna: dedicarnos a trabajar con honradez, que obedezcamos a las autoridades y leyes, ser amables con todos, serviciales con aquellos que conviven con nosotros. De esta manera estaremos siendo imitadores de Jesucristo y nuestro testimonio será valido, ya que el lenguaje de servicialidad es entendido por todos.
Pero ¿cómo se puede dar esta transformación? ¿Cómo poder dar testimonio creíble? La respuesta nos la da San Pablo: “La bondad de Dios y su amor, ha aparecido en el hombre” y “según su misericordia nos ha salvado”. En nuestra vida siempre está obrando el Señor, su gracia nos sostiene en nuestro peregrinar para ser testimonio en medio de la sociedad.
Por ese motivo es que el Salmo nos invitaba a cantar: “tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida”. Por ese motivo, también nosotros debemos de fiarnos de la misericordia y bondad del Señor, sabiendo que esta, es la que nos hace ser testimonio para el mundo.
Ahora, pues, es necesario presentarnos al Señor con humildad, para poder solicitar lo que verdaderamente necesita el corazón. Como la oración que emplean estos leprosos para Jesús en el Evangelio de hoy: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Es cierto que la oración de suplica nos sale muy bien, de manera espontánea. Pero ¿sabemos también dar gracias a Dios cuando experimentamos su compasión? Hermanos, es necesario cultivar en nosotros un corazón que sepa agradecer: agradecer a Dios por todo lo que nos da y al prójimo por aquellos favores que alguna vez nos ha hecho. La gratitud es parte fundamental del testimonio del creyente, no puede queda fuera.
Que Dios nos conceda, por medio de su misericordia, la gracia de poder ser auténticos testigos en medio de la sociedad y que siempre volvamos a Él agradecido por todos los portentos y prodigios que obra en nuestra vida.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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