Domingo XXXII Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Sb 6, 12-16
Sal 62
I Tes 4, 13-18
Mt 25, 1-13
Al concluir el sermón de la montaña, Jesús había contrapuesto a un hombre prudente con uno que es insensato. El primero de ellos, había edificado su casa sobre roca firme; el segundo lo había hecho sobre un lugar arenoso. La casa del primero permaneció firme, mientras que la del hombre imprudente vino a su ruina (Cfr. Mt 7, 24-27).
En la parábola del Evangelio que hoy hemos reflexionado, se da de nuevo una oposición entre la prudencia y la imprudencia. Son prudentes aquellos que oyen la palabra del Señor y la ponen en practica, mientras que son imprudentes aquello que oyen la palabra, pero no actúan de acuerdo con ella.
Cinco de esas vírgenes, traen consigo el aceite, mientras que las otras cinco solo traen las vasijas vacías. Aquí el aceite se puede considerar el Evangelio realizado en la vida de las vírgenes: las buenas obras. El que no tiene aceite consigo, no aporta obras, solamente palabras de confesión, “Señor, Señor”, pero no una vida con esa confesión.
Esas vírgenes, según el relato del Evangelio, tenían un encargo: eran una comitiva de honor, de salir al encuentro del esposo cuando este regresara a la casa, donde se celebraría la fiesta. También nosotros tenemos una encomienda por parte de Dios. Por lo tanto, debemos de estar atentos, cumpliendo con lo que nos toca.
Es cierto, el esposo ha tardado. El aceite se ha consumido poco a poco, y ahora más, mientras esperan delante de la puerta, de tal manera que ya no es suficiente para ir a ser llenadas de nuevo. Por esa razón, debemos de ser previsores y surtirnos abundantemente de aceite para cumplir con nuestro cometido, no como las vírgenes imprudentes, que dejaron de hacer esas provisiones.
Todos los cristianos sabemos quién es este esposo, que puede tardar en llegar; conocemos quiénes son las vírgenes prudentes y cuáles son las imprudentes; sabemos que significa la fiesta de boda y qué espanto produce que las puertas estén cerradas. Por esa razón, debemos de obrar con fe, esperanza y amor en nuestra vida, para estar preparados para el momento en el que llegue el esposo podamos salir a su encuentro, con nuestras lámparas encendidas.
Por ese motivo, Mateo termina la parábola, haciendo una exhortación a permanecer preparado y vigilantes. El día y la hora son inciertos para todos, como para aquellas vírgenes, a quienes les ganó el sueño y fueron despiertas por el clamor del vigía: “¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!”.
Es por eso que debemos de aprender a vivir el hoy que nos encamina hacia el mañana, el mañana que nos llevará al encuentro con Dios. Si nos mantenemos atentos y hacemos el bien correspondiendo a la gracia de Dios iremos acumulado aceite para nuestras lámparas y, así, podemos esperar tranquilamente la llegada del novio. Inclusive si el Señor llega mientras dormimos estaremos tranquilos, porque tenemos aceite reservado por las buenas obras que hemos realizado en nuestra vida.
Que el Señor nos conceda su sabiduría para obrar siempre obras buenas, las cuales nos ayuden a ir acumulando aceite y así poder mantener nuestras lámparas encendidas para salir al encuentro del esposo cuando llegue a nuestro encuentro.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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