Lunes de la XXXIV semana Tiempo Ordinario
Ap 14, 1-3. 4-5
Sal 23
Lc 21, 1-4
Muchas veces en la realidad en la que vivimos, las cosas pequeñas pasan desapercibidas e ignoramos su valor: aquellas pequeñas limosnas que damos, lo sacrificios que día a día realizamos, aquellas oraciones tan sencillas que brotan de nuestro corazón, etc.
Pero recordemos que lo que aparenta ser muy pequeño y sin importancia, muchas veces constituye la base y el estilo de las grandes obras maestras: aquellos brochazos de un pintor en su lienzo, las cinceladas de un artista en el mármol, la destreza del músico al tocar sus instrumentos, etc. Cada una de esas pequeñas acciones hace la diferencia en su trabajo y en la obra que llegan a realizar.
Del mismo modo, nosotros debemos de cuidar los pequeños detalles en nuestra vida de cristianos, ya que estos harán la diferencia, haciéndonos comprender que estamos llamados a la santidad, a ser gratos a los ojos de Dios.
Aunque, generalmente, el artista busca el reconocimiento de los hombres, tras haber concluido su obra, el cristiano debe de ser consciente que no busca la aprobación del mundo, sino la de Dios. Por ende, aunque todo lo que hagamos pueda pasar desapercibido, el Señor nos lo tendrá muy en cuenta. Así como Jesús, que fue el único que se percató de la generosidad de aquella viuda, así Dios descubrirá todas aquellas acciones que hacemos desde lo profundo de nuestro corazón.
Aquella mujer no anunció su ofrenda con trompetas. Tal vez sintió vergüenza o se sintiera menos ante la mirada de los ricos, que echaban grandes cantidades de dinero. Sin embargo, su generosidad mereció el elogio del Señor, el cual ve el corazón del hombre y no las apariencias.
La generosidad y grandeza de aquella viuda puede resultar para nosotros una buena lección. En nuestra vida podemos dar muchas cosas, como aquellos ricos, que “echaban sus donativos en las alcancías del templo”, pero haciéndolo sin amor, sin un espíritu de generosidad, sin ofrecernos nosotros mismos.
En nuestra vida, sí decimos que somos discípulos de Cristo, necesitamos aprender a tener actitudes sencillas y humildes, como aquella viuda. No se trata de dar lo que nos sobra, se trata de darle al Señor “todo lo que tenemos para vivir”: “nuestro corazón, nuestra alma, nuestra menta y nuestras fuerzas” (cfr. Mt 22, 37).
La viuda echo todo lo que tenía, puesto que ella sabia que tenía a Dios en su corazón, y tener a Dios en el corazón, es más que todas las riquezas del mundo. Si el Señor habita en nosotros, entonces podremos darlo todo y Él nos seguirá enriqueciendo, puesto que con Él no nos hace falta nada, ya que lo tenemos todo.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Empezando a ser humilde con este humilde comentario. jeje. Gracias padre Gera.
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