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¿Dios o el dinero?

 Sábado de la  XXXI semana Tiempo Ordinario


Flp 4, 10-19

Sal 111

Lc 16, 9-15



    Hemos llegado al final de esta carta, la cual, Pablo dedica a la comunidad de Filipos. En esta, el Apóstol aprovecha para agradecerles la ayuda material que le han proporcionado tras estar encarcelado. Podemos ver claramente que los Filipenses son una comunidad que piden, reciben y dan generosamente.


    Esta perícopa, nos sirve para valorar todos aquellos favores que otros hacen por nosotros, para que de esa manera podamos aprender a ayudar a los demás cuando más lo necesiten. Una de las cosas que más agradecemos es cuando necesitamos que nos echen la mano cuando lo necesitamos.


    Es aquí donde las palabras del Salmo son completamente aplicables: “dichoso el que se apiada y presta… reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta”. ¿Quieres ser dichoso? Debes de estar dispuesto a ayudar al prójimo, a ser cercano a las necesidades de los que te rodean. Esto lo debemos de tener bien en claro, puesto que Dios nos muestra como debemos de ser. Dios no deja de ser generosos con su pueblo: “Dios nunca dejará de proveer en todas sus necesidades con su magnificencia”.


    El culto que más le agrada a Dios no es el que se celebra desde la apariencia, desde lo externo, sino lo que viene desde dentro del corazón del hombre, y que mejor culto ofrecido al Señor que el de ser caritativo con el hermano.


    También el Apóstol desea darnos otra lección, la cual consiste en tener indiferencia ante los bienes materiales: “que sepamos vivir con poco o con mucho, en la pobreza o en la abundancia, en la hartura o en el hambre". Nosotros tenemos que aprender a buscar lo que es necesario para la vida y para entregar nuestra vida al Señor, debemos de ir conformándonos con lo que Dios va proveyendo a lo largo de nuestra vida.


    ¿Por qué, entonces, nos afanamos en enriquecernos o buscar una comodidad en nuestra vida, si el dinero no nos dará la salvación? Recordemos que las riquezas son solo un medio, no un fin. En la vida de la Iglesia no debe de existir la ambición, codicia o avaricia, puesto que nos estaríamos inclinando a servir al dinero, descuidando las cosas de Dios: “no podemos servir a dos señores, puesto que amaremos más a uno que al otro”.


    Jesús quiere que aprendamos a tener desapego por las cosas materiales. Él quiere que renunciemos a los negocios del mundo, que tengamos nuestra mirada y corazón en los bienes que son para siempre, en la riqueza del Reino de los Cielos. Aquellos que aceptan el Reino son los que están llenos del Espíritu de Dios y no de las ambiciones humanas que ofrece el mundo.


    Hoy es un buen día para plantearnos a que Dios queremos servir, que estilo de vida queremos presentarle al Señor. Muy probablemente elegirlo a Él nos lleve a situaciones de rechazo, de abandono o de critica, pero debemos ser coherentes con nosotros mismos, manteniéndonos en los verdaderos valores, optando siempre por el camino que Dios nos va trazando.




Pbro. José Gerardo Moya Soto

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