Viernes de la XXXII semana Tiempo Ordinario
II Jn 1, 4-9
Sal 118
Lc 17, 26-37
En la primera lectura, tomada de la segunda carta del Apóstol san Juan, el autor sagrado nos quiere ofrecer una síntesis de su Evangelio. Lo hace para recordarnos cuáles son las condiciones fundamentales para la salvación: “Caminar en la verdad” y “creer que Jesús es el Hijo de Dios”.
Es así, pues, que San Juan se haga portador del mandamiento de Dios. El discípulo amado no pretende ofrecernos una hipótesis de vida basada en su experiencia y sabiduría personal, sino que se convierte en el medio del Señor para trasmitir el mandamiento nuevo que él mismo ha recibido de Jesús.
Estas dos condiciones para la salvación nos deben de conducir al único mandamiento por el que llega a nosotros la verdad de Dios: creer en ese mandamiento, nos hace entrar en la verdad de Dios; recorrer el sendero del amor, significa participar en el amor del Padre.
Ahora bien, el apóstol Juan está preocupado por la fidelidad de los seguidores de Cristo, ya que sabe que hay al acecho personas que no reconocen a Jesús, queriendo corromper la fe de los otros. Sabe que si una fe no está bien cimentada corre el riesgo de que “se eche a perder todo lo que ha trabajado”.
Por esa razón, la gran fortuna del que cree consiste en conocer no una verdad abstracta, sino una verdad puesta en Dios; no en caminar hacia adelante, a un futuro incierto, sino el abandonarse completamente a caminar junto a Cristo, el cual nos conduce al Padre; no en ejercer el amor de manera egoísta, sino amar a Dios a través del prójimo.
Es por ello, que el Señor desea educar a sus discípulos en la verdadera esperanza. Para que la esperanza no se convierta en una utopía o se creen falsas ilusiones, es importante conjugar nuestra fe en Dios, ya que, si esto sucede, entonces sabremos a quién esperamos y no nos interesa ya cuándo ni cómo tendrá lugar.
Esta enseñanza de Jesús es ilustrada con dos ejemplos: el de Noé y el de Lot. Estos dos acontecimientos ponen de relieve lo inesperado y repentino en que suceden las cosas. Por eso, Jesús señala la necesidad de “estar preparado” para cuando Dios se manifieste en su señorío.
El discípulo de Jesús debe de hacer buen uso de su memoria, la cual, debe de inducir al creyente a captar en el interior de su corazón lo acontecimiento históricos en los cuales Dios se ha mostrado cercano a su pueblo. Quien recuerda todos los acontecimientos hechos por Dios en toda la Historia de la Salvación, aprende a no sólo vivir en el tiempo presente, sino a orientar su vida hacia la meta final.
Hermanos, Dios nos sigue invitando a vivir preparados, puesto que no sabemos el día y la hora en el que se manifestará. Por ello, abandonémonos en el Señor con todo nuestro amor, pues quien ama a Jesús, vive siempre preparado, pues para él la vida es Cristo y la muerte una ganancia.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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