Martes de la XXXIII semana Tiempo Ordinario
Ap 3, 1-6. 14-22
Sal 14
Lc 19, 1-10
Al reflexionar la liturgia de la palabra de este día, no hace falta que hagamos mucho esfuerzo para vernos reflejados en estos textos. Es una buena oportunidad para que examinemos y reflexionemos cómo nos encontramos a estas alturas de mi vida.
¿Cómo estamos viviendo nuestro ser como cristianos: nos encontramos llenos de vitalidad o llevamos una vida tibia o mediocre? ¿Podemos situarnos en el lugar del que es alabado porque “no ha manchado sus ropas, manteniéndose incorruptible” o, por el contrario, nos encontramos en aquellos que no son “ni fríos ni calientes”?
Recordemos que a Cristo esta es la actitud que más le repugnaba, la misma que rechazó y después señaló en los fariseos. ¿A qué me refiero con esto? Jesús no quiere que seamos personas que vivan desde la apariencia, con un corazón corrompido y vacío: “ay de ustedes que son semejantes a sepulcros blanqueados: por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de podredumbre” (cfr. Mt 23, 27).
La vida del cristiano nos debe de llevar siempre a ser semejantes a nuestro Maestro, sin ninguna exclusión. No podemos seguir aparentando que somos buenos, sabiendo que el corazón está lejos del amor de Dios. ¿Cómo es nuestro obrar cuando se nos presenta un caso como del Evangelio? ¿Tenemos la actitud de convivir con aquellos Zaqueos de nuestro tiempo o, por el contrario, tomamos la actitud de los fariseos que murmuraban ante este hecho?
Tenemos mucho que aprender de Jesús. Como Él, deberíamos de ser capaces de ayudar a quien lo necesite, de hacer más fácil la reintegración de aquellos que se han alejado del camino y están deseoso de volver a casa. Nos toca descubrir en el prójimo todos aquellos valores y talentos que Dios le ha otorgado, porque por fuera nos pueden parecer “tan bajos de estatura”, pero por dentro pueden llegar a ser auténticos “hijos de Abraham”.
Así como lo hacia Jesús, también nosotros tenemos que alegrarnos del retorno de todos los que se había alejado del Señor; debemos de tener un corazón como el del Buen Pastor, que celebra haber encontrado a la oveja que se le había perdido; es necesario tener un corazón tan grande y amoroso como aquel Padre al ver regresar al hijo que creía había perdido para siempre.
Nunca olvidemos cuál es una de las misiones principales de Jesús, nuestro Maestro: Él vino “a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. Entonces, si esa es una tarea de Jesús, ¿quiénes somos nosotros para despreciar o criticar al prójimo? No cabe duda: tenemos mucho que aprender de Dios.
Hoy Jesús nos vuelve a decir: “Mira que estoy aquí, tocando la puerta” ¿Te animas a abrirle? “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” ¿Te atreves a hospedar al Señor en tu corazón? “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” ¿Estás dispuesto a recibir al Salvador en tu vida?
La decisión es tuya: ¿qué dices, te animas?
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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