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Lagrimas fecundas

 Jueves de la  XXXIII semana Tiempo Ordinario


Ap 5, 1-10

Sal 149

Lc 19, 41-44



    Jesucristo es el centro de toda la liturgia que se pueda celebrar, tanto en el cielo, como en la tierra. Jesús es el único que le puede dar sentido a la historia del hombre. Él tiene todo el poder y la sabiduría, puesto que es el León de Judá, el Cordero que se ha sacrificado por nosotros.


    El     símbolo del libro sellado con los siete sellos se puede interpretar de la siguiente manera: todo esta en las manos de Dios, ya que sólo Jesús es el único digno de recibir el libro y abrir sus sellos. La vida del hombre no depende de él mismo, sino que estamos unidos a Dios. Por esa razón, es necesario abandonarnos fiel y completamente al Señor.


    Es evidente que el símbolo del llanto tiene un significado: mientras no venga Jesús a nuestras vidas, cada uno de nosotros nos sentiremos condenados a vivir en medio de la tristeza y de la amargura.


    En el Evangelio nos encontramos a un Jesús que llora y se lamenta por Jerusalén, mostrándonos así un signo de su auténtica humanidad, enseñándonos que Él quiere hacer partícipes a todos los hombres del proyecto salvífico de su Padre. Por desgracia, ellos se resisten a esta invitación.


    Toda esta temática, del llanto, de la tristeza, nos debe de traer a la memoria aquellas lamentaciones que expresan el dolor a Dios por la infidelidad de su pueblo, las cuales encontramos por boca de los profetas en el Antiguo Testamento. Por esa razón, es necesario preguntarnos qué significado le estamos dando al llanto y al lamento en la vida del creyente. 


    Ahora bien, por una parte, sabemos del lamento que Dios siente por los hombres, porque no han decidido escuchar, porque no comprenden aquello que los pueda conducir a la paz verdadera. Pero, por otro lado, sabemos de la apertura que tiene para recibirnos con los brazos abiertos, de volver a Él con un sincero arrepentimiento.


    Por esa razón, en contraste al llanto, se eleva el “nuevo cántico” de aquellos que siguen al Cordero y participan de la alegría del Salvador. Ese cántico resuena en toda la Iglesia: es entonado y proclamado por todos los bautizados, los cuales hemos sido lavados por la sangre del Cordero y revestidos con las vestiduras de su gracia.


    La vida del hombre está en las manos de Dios y Él quiere conducirnos a la paz verdadera. Aunque la tristeza es un sentimiento humano que nos acompaña en momentos difíciles o en las adversidades, recordemos que estamos llamados a vivir en la alegría. Por ello, depositemos nuestra confianza en el Señor, sabiendo que con su gracia podremos entonar cánticos de alabanza.


    Hermanos, que Dios nos sostenga en nuestros momentos de fragilidad y tristeza; que Él convierta ese llanto en fuente de alegría; que nos conceda la paz que tanto añora nuestro corazón y juntos entonemos cánticos y alabanzas al Señor.




Pbro. José Gerardo Moya Soto

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