Jueves de la XXXIV semana Tiempo Ordinario
Ap 18, 1-2. 21-23; 19, 1-3. 9
Sal 99
Lc 21, 20-28
Al contemplar el Evangelio de este día, ¿cómo no verlo reflejado en el momento presente? Nos encontramos cada vez más llenos de amenazas, especialmente con esta pandemia que tantos enfermos y muertos nos ha dejado. Sin duda alguna estamos viviendo momentos de angustia, con temor de no saber que es lo que sucederá.
Sin embargo, ¿es éste el mensaje que el Señor nos quiere comunicar? ¿Dios quiere someter a su pueblo por miedo del terror o de la destrucción? Por supuesto que no, sino todo lo contrario, Él quiere que levantemos la cabeza, que estemos llenos de ánimo: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”.
El mensaje central en estos últimos días del año litúrgico, con estas lecturas escatológicas que vamos meditando día a día, no se debe de caracterizar por el miedo, sino en la esperanza de la liberación, es decir, la esperanza cristiana de alcanzar la plenitud de la vida en el Señor.
La esperanza del cristiano no es engañosa, por que el día que comiencen a suceder todas estas cosas “veremos venir al Hijo del hombre rodeado de su gloria y poder”. No vivamos angustiados o llenos de temor ante el retorno de Cristo en su segunda venida, como decía San Agustín: “¿Cómo puede la Esposa tener miedo de su Esposo?”.
El evangelista Lucas nos presenta cuál debe de ser la actitud que el cristiano debe tomar antes del fin del mundo. Recordemos lo que nos dice San Pablo: “para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Flp 1, 21). Por esa razón, el cristiano tiene que vivir lleno de gozo y alegría, pues para él, la llegada de Cristo es el momento que más debería de estar esperando, ese encuentro con Aquel que tanto ha amado.
Tenemos mucho que trabajar y hacer para la humanidad. Nos sigue tocando llevar a cabo la misión que inició Cristo y que Él mismo nos ha encomendado. Por ello, hagámoslo todo con alegría, sabiendo que nuestra meta no se encuentran en este mundo, sino que estamos llamados a la recompensa de la vida eterna.
Vivamos alegremente y con una esperanza llena de optimismo en el amor de Aquel que nos espera en la casa del Padre, puesto que Él mismo nos lo ha dicho: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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