Ir al contenido principal

Llamados a la santidad

 Todos los Santos 

Solemnidad


Ap 7, 2-4. 9-14

Sal 23

I Jn 3, 1-3

Mt 5, 1-12



    Hoy celebramos con mucha alegría y felicidad la fiesta de todos los santos.


    Cuando contemplamos algún jardín o un paisaje lleno de vegetación, nos podemos sorprender por toda la variedad de plantas, flores y colores que hay en él. Nos resulta inevitable pensar en el Creador y toda la maravilla que ha hecho en toda la fauna.


    Podemos utilizar este ejemplo para hacer una analogía en el campo de la santidad: el mundo se nos presenta como un jardín, donde el Espíritu Santo ha suscitado una multitud de santos y santas, de todas las edades y condiciones sociales posibles, de diferentes lenguas, pueblos, naciones y culturas.


    Ningún santo es igual a otro, todos son diferentes. Cada uno presenta su propia personalidad humana y espiritual. Eso sí, todos llevan en sí mismos el sello de Jesús, es decir, la huella de su amor que ha realizado desde la cruz. Los Santos, como Jesús, también han pasado pruebas y fatigas para poder participar de la gloria de la Resurrección, de la felicidad que no conoce el ocaso.


    Todos estamos llamados a la santidad, nadie puede decir lo contrario. Es una meta que debemos de alcanzar. Y ¿cómo vamos a alcanzar aquello que parece inalcanzable? El mejor camino para seguir serán las bienaventuranzas que hemos meditado en el Evangelio del día de hoy. Ese es el mismo camino que Jesús y todos los santos se han esforzado por recorrer, aún sabiendo de su debilidad como hombres.


   Los santos, en su existencia terrena, han sido pobres de espíritu, han sentido dolor por los pecados que han cometido, han sido mansos, han tenido hambre y sed de justicia, han sido misericordiosos como Dios es misericordioso, limpios de corazón, se ha dedicado a trabajar por la paz y han sido perseguidos por causa de la justicia.


    Por esa razón, Dios los ha hecho partícipes de su misma felicidad: ya desde este mundo gozaron de esa felicidad, pero, en el Paraíso, gozan de ella en plenitud. Ellos ya son consolados, ya han heredado la tierra, ya han sido saciados y perdonados por Dios, ya ven a Dios cara a cara. En una palabra: “de ellos es el Reino de los cielos”.


    En este día debemos de sentirnos renovados y atraídos hacia la santidad, debemos de motivarnos de saber que Dios nos quiere hacer partícipes de la gloria del Cielo, lo cual nos debe de llevar a ponernos a trabajar en este peregrinar terreno. Hoy debemos de sentir que nuestro corazón se enciende en deseo por unirnos, en un futuro, a la gran familia de los santos.


    Que esta aspiración a la santidad nos anime a todos los cristianos; que el Espíritu de Dios nos de la fortaleza que necesitamos para superar todas las dificultades y adversidades, todos los temblores y tribulaciones por las que estemos pasando, para que nunca perdamos el deseo de “ser santos, como nuestro Padre Celestial es Santo” (Mt 5, 48).




Pbro. José Gerardo Moya Soto

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Dios nos hace dignos"

  Sábado XII semana Tiempo Ordinario Gn 18, 1-15 Lc 1 Mt, 8, 5-17      La escena que reflexionamos en la primera lectura es la famosa aparición de Dios a Abraham junto a la encina de Mambré: son tres hombres, pero parece que es sólo uno; son ángeles, pero en algunos momentos del diálogo, parece que es el mismo Dios. Abraham sigue siendo un modelo de fe y ahora, como buen hombre que es, nos muestra cómo debemos de acoger en nosotros la voluntad de Dios.      Hemos de estar atentos a la manera en la que Dios no visita, ya que muchas veces se reviste de lo ordinario o de lo extraordinario. Tenemos que aprender a descubrirlo en las personas, en los acontecimientos que nos suceden, en la misma naturaleza que nos habla de su excelsa gloria, etc.      Por otra parte, llama la atención y parecería que Dios tiene un gusto muy peculiar por elegir, para su obra redentora, personas débiles, a matrimonios ancianos y hasta estériles. Basta...

Una Vida nueva..

Viernes de la octava de Pascua  Hch 4, 1-12 Sal 117 Jn 21, 1-14      ¿Qué le está pasando a Pedro? Parecería que no es el mismo que había llamado Cristo: parece un impostor. ¿Qué no había negado tres veces al Maestro? ¿Qué no le había prometido dar la vida por Él y salió corriendo? Entonces ¿qué mosca le picó? ¿Qué pasó con ese Pedro pecador, frágil, cobarde? Fácil de responder: tuvo un encuentro personal con Jesús resucitado. La Pascua viene a ser un tiempo propicio para que se de ese encuentro con el Resucitado.      Cabria preguntarnos entonces: ¿cómo se dará ese encuentro con el resucitado? En ocasiones nos podemos equivocar si pensamos que Jesús solo se encuentra en los templos o en la intimidad de la oración. Jesús se hace presente en todos los lugares de nuestra vida: trabajo, casa, oficina, escuela, etc.  Jesús sale a nuestro encuentro en cualquier instante de nuestra existencia. No dejemos que este tiempo de gracia pa...

Renovémonos

Lunes de la segunda semana de Pascua Hch 4, 23-31 Sal 2 Jn 3, 1-8     Todo camino comienza con el primer paso y para poder llegar al destino que se tiene en mente, es necesario tener determinación. Pues eso es lo que podemos ver en Nicodemo al salir de noche al encuentro de Jesús y hacer tan hermosa afirmación: “Maestro, sabemos que tú has venido de Dios…nadie puede hacer los signos que Tú haces, si Dios no está contigo”.       Es evidente que todo itinerario de fe empieza con disponibilidad. Sí, es cierto, Nicodemo tenía disponibilidad, pero todavía estaba muy lejos de captar el misterio de la persona de Jesús y por ende de comprender su doctrina sobre el nuevo nacimiento. Cristo desbarata la lógica humana del fariseo y lo introduce en el misterio del Reino de Dios.      Esto que hemos visto anteriormente surge cuando el hombre renace del agua y del Espíritu. Solo así podemos entender el misterio del Reino de Dios, volvi...