Miércoles de la XXXI semana Tiempo Ordinario
Flp 2, 12-18
Sal 26
Lc 14, 25-33
En un mundo tan depravado y torcido por el pecado, en una humanidad que sigue sus propios criterios, muy distintos a los que el Señor quiere, los cristianos debemos de ser lumbreras del mundo, mantenernos irreprochables y limpios.
Dios, quien obra en nosotros por medio del Espíritu Santo y nuestra libertad, nos hace posible caminar hacia la salvación llevando una vida buena, siendo luz en medio de las tinieblas del mundo.
En la Carta dirigida a Diogneto, podemos leer: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás... Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida sobrepasan las leyes... Mas, para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo” (Diogneto V-VI).
Es un buen programa para seguir, ya que va aumentando nuestra fe y nos ayuda a dar testimonio ante los demás. Cuando un cristiano tiene en su interior una fe inquebrantable, es cuando puede dar testimonio creíble, sin necesidad de palabrería o discursos muy decorosos.
Un cristiano debe de tener la valentía de ser distinto: debe de ir en contracorriente de lo que el mundo ofrece; debe de seguir los caminos que Dios le va marcando y no dejarse contaminar por la mentalidad de los demás; debe de mantener una relación intima con el Señor y no conformarse con cualquier cosa o actividad que realice. Por eso el Salmo nos invita a “esperar en el Señor, a ser valientes, a tener ánimo”.
En este mundo tan desesperanzado es necesario aportarle una nueva esperanza. Y ¿cómo haremos eso? “Mostrando una razón para vivir”. Pablo desea trasmitir a la comunidad esta convicción de que vale la pena vivir conforme al Evangelio, que todo lo que realizó valió la pena: “mis trabajos no fueron inútiles ni tampoco mis fatigas”.
Debemos de contagiar esperanza por medio de nuestro optimismo. Un optimismo que sólo puede venir de la fe, de haber dejado todo por el Señor, de haber puesto toda nuestra confianza en Él, de tomar la cruz de cada día y seguirlo.
Estoy completamente seguro de que, si apostamos todo por el Señor, no quedaremos avergonzados y podremos llevar a cabo nuestras empresas. Si decidimos seguir al Maestro y dejarlo todo por Él, podremos llevar a termino todas las obras que decidamos realizar. Podemos decir, que si optamos siempre por el Señor, no nos faltará nada y podremos llevar a cabo todos nuestros proyectos, puesto que Él mismo los llevará a buen término.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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