Martes de la XXXIV semana Tiempo Ordinario
Ap 14, 14-19
Sal 95
Lc 21, 5-11
Los símbolos que se emplean en el libro del Apocalipsis y el lenguaje escatológico del Evangelio suponen una cierta dificultad para comprender claramente el mensaje bíblico. Es de esta manera que nos percatamos de la necesidad de recorrer nuestro camino lleno de fe: se trata de saber interpretar los símbolos y comprender las palabras que se nos dicen.
Para todos los que peregrinamos en este mundo, existe siempre la posibilidad de ser engañados o ser desviados de nuestro camino. Por este motivo, San Lucas nos quiere advertir de que nos “cuidemos y no seamos engañados por nadie”.
Los falsos profetas pretenden atribuirse una autoridad y papel que no les corresponde: el de Jesucristo. Muchos de ellos, sino que todos, se atreven a anunciar el fin como un suceso que está próximo a suceder. Es por esa razón que el evangelista nos dice que estos hechos siguen perteneciendo a la historia humana y no al “final de los tiempos”.
¿Qué quiere decir esto? Que, en efecto, tienen que suceder todas estas cosas, (“Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones… se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles”), pero no significa que inmediatamente después venga el fin.
Podemos decir que el discernimiento no es sólo fruto únicamente de la intuición personal o de una capacidad intelectual excepcional. Todo lo contrario, es un fruto de fe, el cual, debe caracterizar la vida y el ser de una comunidad que, con la luz de la Palabra y la fuerza del Espíritu Santo, aprende, día tras día, a leer e interpretar adecuadamente los signos de los tiempos, a elegir entre aquello que es bueno o malo, entre lo verdadero o lo falso.
La invitación que nos hace Jesús, “No vayan detrás de ellos”, nos pone en guardia, advirtiéndonos e iluminándonos de no quitar la mirada del Señor, de no seguir o remplazar a Jesús por cualquier otra cosa o persona. Jesús es consciente de la fragilidad del hombre, de lo pequeña que es nuestra fe, y cómo fácilmente podemos dejarnos arrastrar por señuelos que prometen la felicidad.
Necesitamos siempre de la fuerza de Dios, pero especialmente en los momentos en que todo parece perder sentido. Confiemos en Él, ya que nunca nos abandonará. En las pruebas se manifiesta la fuerza de nuestra fe: “Confía al Señor todas tus preocupaciones, puesto que Él se preocupa por ti” (I P 5, 7).
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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