Sábado de la XXXII semana Tiempo Ordinario
III Jn 1, 5-8
Sal 111
Lc 18, 1-8
Una de las tareas que Jesús nos ha dejado es la de colaborar en la evangelización. Ciertamente a algunos los envió con la encomienda “de ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores o maestros” (cfr. Ef 4, 11). Pero no sólo se ha limitado a estas tareas, sino que a lo largo de la Sagrada Escritura nos encontramos que aparecen muchas personas que ayudan a Jesús en la construcción del Reino.
¿Cuándo vemos esto? Pues por aquella hospitalidad que encontraba con Marta, María y Lázaro (Cfr. Jn 12, 1-3), aquellos que ayudaban de una manera económica, inclusive vendiendo sus propiedades (Hch 2, 45), su disposición para seguirlo (Cfr. Jn 6, 2; Mc 5, 24; Lc 14, 25). Todos trabajan por el Reino, todos contribuyen de una manera en la evangelización del mundo.
Eso sucedió en tiempo de la primera comunidad, pero también nosotros estamos llamados a colaborar con esta encomienda que Cristo nos ha otorgado. ¡Cuántas personas colaboran en esta ardua tarea! ¡Cuántos hombres trabajan de una manera humilde y sencilla en la Iglesia! ¡Cuántos cumplen y quieren llevar a cabo esta misión que el mismo Jesús nos ha encomendado!
Aunque la carta va dirigida a un buen hombre llamado Gayo, podemos decir que se considera el representante de todas las personas que trabajan arduamente en “la propagación de la verdad”, en el anuncio de la Buena Nueva. Podemos decir que, este extracto de las Escrituras es para ustedes, queridos hermanos, que día a día siguen respondiendo fielmente al Señor.
Gracias por todo lo que hacen por Jesucristo; gracias por su generosidad para con la Iglesia, y más en estos tiempos difíciles para todos. No me queda duda de que cada uno de ustedes busca la manera de seguir colaborando e instaurando el Reino de Dios aquí en la tierra, ya sea que lo hagan desde su hogar por medio de la oración, de el uso de los medios de comunicación, por alguna videollamada, etc. Gracias por seguir siendo instrumentos de Dios en medio de la adversidad.
En el Evangelio que hoy hemos reflexionado, Jesús enseña a sus discípulos “la necesidad de orar siempre y sin desfallecer”. Esa es otra de las tareas fundamentales que Cristo nos ha dejado. Todo nuestro ser de cristianos y creyentes debe de ser sostenido por medio de la oración. Por esa razón, es conveniente que nuestra vida sea una vida de oración, para que así podamos seguir trabajando en la construcción del Reino de Dios.
En este tiempo de contingencia, sin temor a equivocarme, estoy seguro de que todos hemos tenido mucho tiempo para rezar. Si no es así, los invito, hermanos, a que no dejen de lado esta práctica. Démonos oportunidad para intimar con Dios por medio de la oración, de platicar con Él. Así como hemos buscado tantas actividades para mantenernos activos en este tiempo de pandemia, también permitámonos la oportunidad de tener un espacio de diálogo con el Señor.
Dios siempre escucha nuestra oración. Nuestra oración es una respuesta a la iniciativa del Señor. Nuestras oraciones se encuentran con la voluntad del Padre, el cual desea lo mejor para nosotros.
Y tú, ¿te ánimas a orar siempre al Señor y sin desfallecer?
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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