Miércoles de la XXXIV semana Tiempo Ordinario
Ap 15, 1-4
Sal 97
Lc 21, 12-19
En este día, les invito a centrar nuestra atención en esta sentencia breve e incisiva que el Señor nos hace: “manténganse firmes”, sean perseverantes. Pero ¿por qué es tan importante la perseverancia en la vida del creyente? ¿Por qué Jesús hace depender la salvación al practicar esta virtud?
Recordemos que el discípulo no es más que su Maestro: “todos los odiarán por causa mía”. Si el Señor ha sido signo de contradicción y de odio, con mucha mayor razón lo serán los verdaderos seguidores del Señor.
Debemos de reconocer una cosa: cuando las cosas marchan bien en la vida del creyente, no hay ningún problema en vivir nuestro cristianismo. Aquí el problema se presenta en los momentos difíciles. No olvidemos que el estilo de vida del cristiano muchas veces va en contraposición con los valores o pensamientos que ofrece el mundo y aquí es donde se da la batalla que pueda hacernos caer.
Ser cristiano en el mundo no es una tarea sencilla. De hecho, generalmente, es la causa de persecución o de rechazo de aquellos que les incomoda nuestra manera de vivir. Pero el Reino de Dios lo alcanzarán aquellos que se hacen violencia (Mt 11, 12), aquellos que luchan constantemente contra el enemigo, los que perseveran en el Señor, combatiendo los embates de la vida, sabiendo que, con la gracia de Dios, saldrán vencedores.
Ciertamente no hay rosas sin espinas y el camino que conduce hacia el cielo no es un sendero sin obstáculos, asechanzas o dificultades. Es aquí donde la virtud de la fortaleza toma un papel muy importante ya que con ella nos damos cuenta de que nuestras intenciones no terminan siendo estériles o vanas. De hecho, la perseverancia forma parte de la fortaleza. Es ella la que nos impulsa día a día a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar todas las contradicciones de la vida.
Podemos decir que la perseverancia se da en grado supremo en la cruz, en aquella entrega tan grande y amorosa de Dios por sus hijos. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada cristiano la paciente aceptación de la voluntad de Dios, aún cuando esta parezca contraria en primer momento a la voluntad humana (como sucedió en la cruz).
Indudablemente “con nuestra perseverancia salvaremos nuestra alma”, ya que la perseverancia engendra paciencia (cfr. St 3, 1), que va más allá de una simple resignación o frustración. La paciencia nos ayuda a entender y comprender que la cruz, mucho antes que traducirse como dolor o sufrimiento, es esencialmente un acto de amor.
¡Ánimo! Hoy más que nunca se necesitan personas valientes, verdaderos creyentes que muestren al mundo que son discípulos del Señor. Dios no nos deja nunca solos; Él nos ha prometido estar con nosotros siempre (cfr. Mt 28, 20). Seamos fieles hasta el final, sabiendo que nuestra perseverancia se convertirá en actos de amor.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
La canción del día será "tiene espinas el rosal" jaja.
ResponderEliminarAsí es padre, que difícil ser perseverantes en el momento de la prueba.