Martes de la XXXII semana Tiempo Ordinario
Tt 2 1-8. 11-14
Sal 36
Lc 17, 1-10
Desde que el hombre despierta a la novedad del cristianismo, esta llamado en cuidar y educarse en la fe. La Buena Nueva predicada por los Apóstoles y sus sucesores, debe iluminar todos los aspectos de su vida personal, familiar y comunitaria.
Parece una misión casi imposible que podamos vivir toda nuestra vida con esta novedad. Esto solo puede ser posible desde la experiencia de Jesucristo, que, muriendo al hombre viejo, nos da la esperanza de vivir la vida nueva desde el Resucitado, comunicándonos la gracia divina.
En un mundo y época en la que el egoísmo, el hedonismo, el consumismo, entre otros, se desenvuelve a sus anchas, debemos manifestar con nuestras palabras y hechos que somos discípulos de Jesús, que no queremos seguir las huellas que ofrece el mundo, sino que deseamos mantenernos firmes en los principios de la doctrina y enseñanzas de Jesucristo.
Esta misión tiene y debe realizarse en el mundo de hoy. Si no hacemos esto, estamos mutilando una de las dimensiones fundamentales de la vida del creyente: la de vivir conforme al Evangelio de Cristo.
Por esa razón, alzábamos nuestra voz en el salmo, proclamando que el Señor es el que nos puede salvar. Sólo en él hemos de confiar, que, así como hacemos el bien en nuestro entorno, así podremos practicar la lealtad para con Él. El Señor debe de ser nuestra única delicia. Dios vela por nosotros, asegura nuestros pasos y se complace del hombre cuando sigue sus caminos, imprimiendo en su imagen los principios y normas del Evangelio. Únicamente de esta manera nos podremos apartar del mal y haremos el bien.
Ahora, si ya hemos logrado vivir conforme la novedad del Evangelio, no busques jactarte diciendo: “yo sólo lo pude hacer por mis talentos y virtudes; logré llevar al pie de la letra todo lo que el Señor me pidió” Ciertamente que mereces méritos, pero fue la gracia de Dios la que actúo en ti. Fue el Señor el que te concedió todo lo necesario para llegar a tu cometido.
¿O es que te tienes que mostrarte presumido o altanero con el Señor por qué cumpliste con aquello que era tu obligación? No, de ninguna manera. No tenemos porque mostrarnos de esta manera. Al contrario, debemos de actuar con humildad y sencillez, reconociendo que hemos culminado satisfactoriamente todo aquello que nos tocó realizar.
Que también esta sea nuestra actitud de discípulos: una actitud de servicio, entrega y humildad al Evangelio. Que Dios nos conceda la gracia de poder vivir acorde a su Evangelio, cumpliendo con todo lo que nos ha confiado, para que al final de nuestra vida también nosotros podamos decir: “No somos más que pobres siervos, porque simplemente hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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