Domingo XXXIII Tiempo Ordinario Ciclo “A”
Pr 31, 10-13. 19-20. 30-31
Sal 127
I Tes 5, 1-6
Mt 25, 14-30
La Palabra de Dios que hemos reflexionado este domingo, nos invita a seguir estando vigilantes, esperando el retorno glorioso del Señor al final de los tiempos. Para ello, la perícopa del Evangelio que hoy hemos meditado, del evangelista san Mateo, nos narra la parábola de los talentos.
El “talento”, en tiempos de Jesús, se refería a una moneda romana de gran valor. Debido a la fama que tuvo esta parábola, “talento” se fue convirtiendo en sinónimos de un dote personal, de las cualidades que cada uno tiene y que está llamado a dar frutos por medio de él.
Sabemos de sobra que el hombre que se ausenta representa a Cristo; los siervos serían los discípulos; y los talentos son aquellos dones que el Señor les encomienda. Por ende, estos dones no sólo representan las cualidades natas de los discípulos, sino también todo aquello que Jesús les ha dejado como herencia para que los hagan fructificar: su Palabra, los Sacramentos, la oración, etc. Este es el gran tesoro que Cristo encomendó a sus apóstoles.
Esta parábola quiere insistir en la actitud interior con la que debemos acoger y valorar los dones que Él ha suscitado en nosotros. Por ese motivo, no podemos caer en el temor, sepultando lo que hemos recibido de Dios.
El siervo que teme al Señor, aquel que tiene miedo de su regreso, esconde la moneda bajo tierra y no se da la oportunidad de producir fruto alguno. Esto nos puede suceder a nosotros. Por ejemplo: quién ha recibido la gracia de escuchar y prefiere ausentarse de aquellos que lo necesitan; quien tiene el talento de decorar, pero elige mejor no compartirlo con los demás; aquel que es bueno para la enseñanza y opta por encerrarse en sí mismo. El que obra así, está defraudando al Señor, puesto que no quiere multiplicar lo que Él mismo le ha dado.
Pero también tenemos la otra cara de la moneda: esta parábola nos muestra que pasa cuando esos dones recibidos no se escondieron, sino que los pusieron al servicio de los demás. ¿Qué obtuvieron a cambio? Mayor incremento de sus talentos. Sí: lo que Jesucristo nos ha dado, se multiplica si lo damos y compartimos con los demás. Es un regalo que hemos recibido no para guardarlo, sino para gastarlo, para compartirlo con los demás.
Esta parábola de los talentos nos debe hacernos reflexionar sobre cómo estamos empleando los dones recibido de Dios, de qué tan responsables somos con aquello que el Señor nos ha confiado, de cómo estamos compartiendo con el prójimo lo que Jesucristo nos ha dejado en herencia.
Hermanos, que contemplar el juicio final no infrinja temor en nuestro corazón, sino que más bien nos impulse a vivir mejor el presente, confiando en Aquel que nunca nos deja solos. Que Dios nos conceda siempre la valentía de emplear todos los dones y talentos que ha puesto en nuestra vida, sabiendo, que, al ponerlos al servicio de los demás, se multiplicaran para mayor gloria y alabanza de nuestro Salvador.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
Comentarios
Publicar un comentario