Martes de la XXXI semana Tiempo Ordinario
Flp 2, 5-11
Sal 21
Lc 14, 15-24
Qué bello himno hemos escuchado en la primera lectura: “Cristo se anonadó, y por eso fue exaltado”. La exhortación a ser humildes se fundamenta siempre con el ejemplo que Cristo nos ha dejado: aún siendo Él el Hijo de Dios, no hizo valer su categoría divina, su igualdad y semejanza a su Padre, sino que quiso asumir y tomar la misma condición humana, haciéndose obediente, incluso hasta la muerte, y una muerte de cruz.
San Clemente Romano hace una afirmación preciosa en esta perspectiva: “El centro de la majestad de Dios, Jesucristo, nuestro Señor, no vino rodeada de orgullo y aparatosidad, aun cuando lo hubiera podido hacer, sino que vino desde la humildad”.
San Pablo quiere, por medio de este himno, poner un modelo para la vida comunitaria. Por ello, utiliza esta afirmación: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo”. Con esta frase, se nos hace una invitación tan clara a dejar de lado el egoísmo, la soberbia, la autosuficiencia, etc. Se nos exhorta a ser servidores de todos aquellos a los que consideramos inferiores, reconociendo, precisamente, que en el servicio es donde se encuentra la verdadera paz y alegría.
Estas palabras de San Pablo nos deben de llevar a reconocer que no somos mejores que los demás, que, si Dios me ha concedido alguna gracia, alguna dignidad o encomienda, no ha sido para sacarle provecho o servirme de ella, sino de ponerla al servicio de los demás, de aquellos con los que me desenvuelvo día a día.
Podemos ir dándonos cuenta que todo el himno muestra un proceso a seguir: despojarnos de nosotros mismos para poder ser siervos del prójimo; reconocer que ante los ojos de Dios todos somos iguales; no debemos de estar encima de los demás, abusando de ellos, sino ponernos en su lugar, ser empáticos con ellos.
Ya es tiempo de ir dejando de lado los pretextos o justificaciones por medio de excusas, como lo hemos meditado y contemplado en el Evangelio. Es momento de acercarnos a Dios, el cual nos saciará interiormente para ir cambiando nuestra manera de ser y de vivir.
No permitamos que la soberbia, la altanería o nuestro ser engreídos nos aparte del amor y plan que Dios tiene para nosotros, sino que dejémonos convidar por Él. Si Dios nos está llamando, no nos neguemos a responderle, dejémonos seducir por su voz asistiendo al banquete que Él ha preparado para nosotros.
Y nosotros, ¿qué es lo que más valoramos? ¿El campo recién comprado? ¿Las yuntas de bueyes que tenemos que probar? ¿Mis redes sociales? ¿Mis pasiones desordenadas? ¿Mi interés a los bienes económicos? Así como aquellos mendigos, débiles, ciegos y cojos, acudamos al llamado de Dios. Permitamos que nuestro corazón este lleno de humildad para responder con alegría y prontitud al llamado del Padre.
Pbro. José Gerardo Moya Soto

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