Miércoles de la XXXIII semana Tiempo Ordinario
Ap 4, 1-11
Sal 150
Lc 19, 11-28
Qué admirable es la narración profética y que detallada la manera de describir las visiones que tiene el autor del Apocalipsis: rica en simbolismos, profunda en significado y representativa en la Iglesia actual.
Después de haber reflexionado en las cartas a las comunidades cristianas de la provincia de Asia, tras haber hecho un examen de conciencia al meditar y reflexionar en ellas, el autor sagrado comienza a mostrarnos el entorno y ambiente solemne que se vive en el Reino de Dios.
San Juan, valiéndose de imágenes de los antiguos profetas de Israel (tales como son Isaías, Ezequiel y Daniel), contempla a Dios en su majestad. Nos percatamos que el Señor está rodeado del mundo espiritual y de toda la Iglesia, la cual es representada por los ancianos que cantan la gloria del Todopoderoso.
Aunque el libro del Apocalipsis presenta una clave simbólica para poder ser bien interpretado, no nos centremos en eso por este momento. Pongamos nuestra mirada en lo que nos resulta más importante: la imagen de triunfo, de gloria, de cantos jubilosos, de la gran fiesta que se celebra por aquellos que se han salvado.
Ese es el principal mensaje que debemos de acoger este día. Qué esperanzador resulta poder vislumbrarnos en esta fiesta, sabiendo que nosotros nos vamos encaminando hacia esa realidad, que nosotros como Jesús, vamos cuesta arriba, hacia la Jerusalén del cielo.
Por esa razón, es necesario seguir llenándonos y contagiándonos de optimismo, como lo quiere hacer el salmo: “alabemos al Señor en su templo, alabémoslo por sus obras magnificas… todo ser que aliente, alabe al Señor”. Estamos llamados, a participar de esta alegría y realidad celestial.
Ahora bien, es importante darnos cuenta de que debemos de seguir trabajando para alcanzar aquella gloria. Por ese motivo tendrá mucho sentido la parábola que en el Evangelio hemos reflexionado. Recordemos la intención que tiene el evangelista al proponer esta enseñanza: “Jesús estaban cerca de Jerusalén y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro”.
No sabemos con certeza cuándo regresará el Rey. Por ese motivo, aquí lo más significativo es el de trabajar, puesto que es lo que Él mismo nos ha pedido: “Inviertan este dinero mientras regreso”. No nos enfoquemos y preocupemos por cuanto ganaremos. Lo que sí no debemos de hacer es “guardarlas”, dejándolas improductivas.
En la vida, debemos de aventurarnos, poniendo a trabajar todo lo que Dios nos ha dado. Si esa es nuestra actitud, el Rey nos premiará, no por lo que hayamos obtenido, sino por haberlo obedecido. Lo que no se debe de hacer es defendernos o justificarnos por nuestra pereza, al no querer hacer caso a lo que se nos pidió.
¿Qué estamos haciendo con las monedas que se nos ha dado? ¿Qué hemos hecho en nuestra vida de fe? ¿Qué frutos estamos obteniendo por trabajar todo lo que Dios nos ha otorgado? Ojalá al final todos podamos oír las palabras del Rey: “muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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