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Velen y oren

 Sábado de la  XXXIV semana Tiempo Ordinario


Ap 22, 1-7

Sal 94

Lc 21, 34-36



    Hemos llegado al final de nuestro año litúrgico. Por esa razón, Jesús nos sigue alentando a seguir una vida recta; nos alienta a perseverar en nuestro caminar para que nunca desviemos nuestra mirada de la meta. ¿Y cuál es la meta? La vida eterna.


    Si en el aquí y en el ahora nos afanamos y empeñamos a vivir enfocados sólo en los intereses de este mundo, llegará tan de repente el final de nuestra vida terrena y no seremos consciente de ello, ya que nuestra mente esta tan cegada por los bienes de la tierra, que se ha descuidado el deseo del cielo.


    Podríamos poner un ejemplo concreto para iluminar lo anteriormente dicho: nuestra vida es como un niño pequeño, que mientras está entretenido con sus juguetes no necesita de sus padres, olvidándose de ellos por un momento. Cuando se percata de que ellos no están con él viene el llanto desconsolador.


    Jesús no sólo nos advierte sobre esta conducta que muchas veces tenemos, sino que también nos ofrece la solución: “Velen, pues, y hagan oración continuamente”. Vigilar y orar. Eso mismo les pedía a sus discípulos la misma noche en que sería traicionado: “"Velen y oren, para que no caigan en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41).


    La oración tiene una admirable grandeza, la cual nos ayuda a pasar de lo mero superficial a lo trascendental, de los frívolo a lo más profundo, de lo más sencillo y ordinario a lo más sublime y extraordinario.


    Como bien decía el monje Evagrio Póntico: “La vista es el mejor de todos los sentidos; la oración es la más divina de todas las virtudes”. Podemos decir entonces que la oración es la visión sobrenatural del hombre, ya que ella le hace ver la realidad no con ojos meramente humanos, sino sobre todo con los ojos de la fe.


    Aquel que quiere seguir a Jesús por el camino que conduce a la salvación, debe saber que es importante creer en Él y mantener fijo su corazón a sus enseñanzas, perseverando en ese camino hacia el final. Recordemos que el camino de la perseverancia caracteriza todo el discurso escatológico que hemos venido escuchando estas semanas.


    Es la perseverancia la que nos lleva a una vida de oración, la cual se une a la vigilancia del cristiano: ser constantes en nuestra oración nos mantiene más vigilantes; la vigilancia nos abre espacios y tiempos para la oración. De esta manera podemos superar todas las pruebas y asechanzas que quieran apartarnos del camino de Dios.


    Vivimos en tiempos difíciles. Por ese motivo Jesús nos muestra el camino a seguir y nos otorga la fuerza necesaria para poder escapar de todo lo mundano. Esa fuerza es otorgada por Dios a todos aquellos que recurren a la oración, la cual va creciendo con el ejercicio de la vigilancia y perseverancia.


    Ya es hora de que estemos dispuestos a levantarnos de nuestros vicios o preocupaciones, ponernos en constante vigilancia y oración, sabiendo que el Señor esta cerca: “mira que yo vengo pronto”.




Pbro. José Gerardo Moya Soto

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