Tiempo de Adviento: 21 de Diciembre
(ferias mayores)
Ct 2, 8-14
Sal 32
Lc 1, 39-45
La liturgia de la Palabra del día de hoy, tanto en la primera lectura, como en el Evangelio, rebosan de alegría: la novia que se encuentra con su amado y María que corre presurosa al encuentro de su Prima Isabel.
En el libro del Cantar de los Cantares nos encontramos a una novia que se encuentra con su amado. Ella se llena de alegría al ver cómo el novio a atravesado los montes para ir a visitarla. Todo alrededor es bellísimo, pero sobresale algo muy especial: el amor de los dos jóvenes que llenan la escena de encanto.
Es muy reconfortante que la liturgia nos hable de amor, de enamoramiento y de gratitud en medio de un mundo lleno de intereses económicos y egoísmos materiales. Es este lenguaje el que el Señor quiere utilizar para comunicarnos su mensaje: Dios, el novio, se dispone a salir a nuestro encuentro, si la humanidad (la novia) acepta su amor.
En el Evangelio, tras recibir la noticia de su maternidad divina, María corre presurosa a la casa de Isabel. Es significativo este encuentro: dos mujeres sencillas que han sido favorecidas por Dios. Ellas se muestran agradecidas y totalmente disponibles a cumplir su voluntad.
¡Cuánta alegría derrocha la Palabra de Dios este día! Una alegría que llena el corazón de Dios: Él se alegra por los novios que se vuelven a ver; se alegra de las dos mujeres que experimentan en su interior la vida; se alegra de aquellos que llegan a la meta de lo que se han propuesto; se goza por aquellos que regresan a su casa después de una gran ausencia; salta de contento por aquellos que encuentran un empleo después de haberlo buscado por mucho tiempo, etc.
Nosotros, ¿sabremos experimentar esta alegría que Dios nos quiere comunicar? Para ello, es necesario abrir los ojos del corazón, saber reconocer la presencia de Dios en los acontecimientos y las personas que hay a nuestro alrededor, así como María e Isabel supieron reconocer la presencia de Dios en sus respectivas experiencias.
Pero no solo debemos de experimentar esa alegría en nosotros, sino que debemos de ser portadores de esta para darla a los demás. Así como María con su visita, también nosotros debemos de ser portadores de la Buena Nueva, llevando la alegría en donde no la hay.
La “visita” es salir de nosotros mismos, de ser cercanía, presencia para los otros. No importa el lugar en donde desempeñemos esta tarea: puede ser en nuestro circulo familiar, con nuestros amigos, con los compañeros de trabajo, etc. Si sabemos visitar, imitando a Dios que “ha visitado y redimido a su pueblo” (Lc 1, 68), haremos de la Iglesia una comunidad de vida, de paz, de alegría.
Que el Señor nos conceda la gracia de ser portadores de la alegría, para que así, a ejemplo de María, acudamos a quien más lo necesita, llenándolos de gozo y esperanza en que el Señor viene y viene para salvarnos.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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