Lunes III Tiempo de Adviento
Nm 24, 2-7. 15-17a
Sal 24
Mt 21, 23-27
¿Con qué derecho haces todas estas cosas? ¿Quién te ha dado semejante autoridad? Estas son preguntas muy exigentes y puntuales hechas por parte de los sacerdotes a Jesús, pero no sólo eso, sino que en el fondo se nos demuestra el corazón tan hipócrita de aquellas personas.
A estos hombres no les interesa para nada la verdad, solo buscan sus propios intereses y van por donde les conviene: se mueven por aquí, se mueven por allá, todo con tal de quedarse anclados en su zona de confort.
Estos sacerdotes no tienen consistencia, ya que en todo buscaban negociar: negociaban la libertad interior, negociaban la fe, negociaban la patria, etc. En todo negociaban menos en algo: en las apariencias. Ellos se conformaban con salir bien de las situaciones, ya que eran oportunistas y sacaban provecho en cada uno de los escenarios que se presentaban.
Tal vez estoy siendo muy pesimista. Tal vez se me podría corregir en lo anteriormente dicho con algunos ejemplos: esa gente era observante de la ley: los sábados no caminaban más de cien metros; nunca se sentaban a la mesa sin lavar antes sus manos; hacían todas las abluciones; era gente observante que cuidaba y vivía sus costumbres.
Todo eso es verdad, no lo dudo, pero tampoco dudaré que lo hacían sólo para aparentar. Cumplían con todo esto para enmascarar que eran fuertes por fuera, pero por dentro tenían un corazón débil, no tenían certeza en lo que creían.
Muchas veces nos puede suceder lo mismo: por fuera mostramos que estamos muy bien, que somos fuertes, pero por dentro el corazón brinca de un sitio a otro, que el corazón es demasiado frágil: tenemos un corazón débil, pero una piel muy dura, que en ocasiones resulta imposible poder traspasarla.
La enseñanza de Jesús es muy clara, ya que Él desea que todo cristiano tenga un corazón fuerte, un corazón sólido en la verdad, que este fundado sobre la roca, que es el mismo Cristo.
Jesús sigue rompiendo todo estereotipo, ya que nos muestra que hay infinidad de maneras en las que Él desea llegar al corazón del hombre. Es sí, nunca se negociará el corazón, ya que la roca es el mismo Cristo: o se entrega el corazón al Señor, o no se entrega.
Es aquí donde radica la problemática del hombre, ya que desea sacar a Jesús de su vida, buscando la felicidad en sí mismo. No podemos engañarnos, si queremos ser felices, necesitamos a Dios en nuestra propia existencia: esto es algo que no se puede negociar.
No seamos oportunistas como esos sacerdotes, sino todo lo contrario: seamos personas de fe, sencillos, que todo lo que hagamos no sea pura apariencia, sino que sea de corazón. Si el corazón está cimentado sobre la roca firme de la verdad, que es Jesucristo, podremos ser siempre dóciles al mensaje de su Palabra.
Pbro. José Gerardo Moya Soto
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