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Dios alegra el corazón

 Miércoles I Tiempo de Adviento 


Is 25, 6-10

Sal 2

Mt 15, 29-37



    Isaías, por medio de este poema, busca ofrecer un anuncio positivo al pueblo de Israel: después de obtener la victoria, Dios los invitará a un banquete de manjares substanciosos y con vinos generosos. Él ya no quiere ver lagrimas en los ojos de nadie, puesto que se han terminado la violencia y la opresión.


    Es así como Dios contempla la historia venidera: con una comida festiva y sabrosa. Recordemos que, a lo largo del la Sagrada Escritura, la comida no solo sirve para alimentar al hombre, sino que restaura sus fuerzas, los llena de alegría, une a los comensales entre sí, etc.


    Del mismo modo se nos presenta una perspectiva parecida en el Salmo: el Pastor nos quiere llevar a pastos verdes para reparar nuestras fuerzas, nos conducirá a beber en las fuentes tranquilas, nos ofrece protección contra los peligros que puedan darse en el camino. “Su bondad y misericordia nos acompañaran todos los días de nuestra vida”.


    En nadie mejor se ha cumplido las promesas de los profetas que en el mismo Jesús. Con Él ha llegado la plenitud de los tiempos. Cristo trasmitía su mensaje de perdón y salvación en ambientes festivos. Basta que recordemos algunos pasajes de la Escritura: en Caná convirtió el agua en vino; comía y bebía en la misma mesa que los publicanos y fariseos, entre pobres y ricos, junto a justos como pecadores.


    Hoy lo hemos contemplado en el Evangelio: Jesús multiplicó los panes y peces que se le presentaron para que todos pudieran comer. De hecho, cuando quiso anunciar el Reino de Dios, varias veces lo describía como un gran banquete que Dios mismo ha preparado. Con todo esto nos percatamos de que el Señor nos quiere ofrecer alegría y no tristeza.


    Es lo que Dios quiere hacer en medio de la historia humana: en medio de las noticias preocupantes, del cansancio, del dolor o del sufrimiento, el Señor hace resonar sus palabras, invitando a todo a la esperanza, proponiendo un cuadro optimista, levantando nuestros ánimos.


    El Adviento no es para los perfectos, sino para los que se saben débiles y pecadores, para aquellos que acuden al Señor Jesús, el Salvador. Él, como lo hemos meditado en la Liturgia de la Palabra, lleno de compasión enjugará nuestras lagrimas y nos sentará a su mesa para darnos de comer y así restaurar nuestras fuerzas y esperanza.


    En este tiempo se nos invita a tener esperanzas en nosotros mismos, para que podamos acudir con humildad a Dios, el cual, que quiere salvarnos. Él nos invita a mirar hacia adelante con ilusión, sabiendo que estamos llamados a habitar un cielo nuevo y una tierra nueva.


    El Señor nos quiere rescatar de nuestros sufrimientos, del vacío y el sin sentido de nuestra vida. Dispongámosle nuestro corazón para que sea arrancado todo lo malo que hay en él y así podamos celebrar con alegría la salvación que solo Dios nos puede otorgar.




Pbro. José Gerardo Moya Soto

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